Carta XXIX. A la Condesa de Adrianópolis (fragmento)Mary Wortley Montagu
Carta XXIX. A la Condesa de Adrianópolis (fragmento)

"Es muy fácil ver que en realidad tienen más libertad que nosotras. Ninguna mujer, sea cual sea su rango, se permite salir a la calle sin dos murlins, uno que cubre toda su cara excepto los ojos y otro que oculta toda su cabeza y cuelga a media altura a sus espaldas. Su silueta también es enteramente cubierta por una cosa que llaman serigee, sin el cual ninguna mujer de ninguna clase aparece en público; éste tiene mangas estrechas, que alcanzan hasta el extremo de los dedos y los envuelve de forma semejante a una caperuza. En invierno es de paño, y en verano, de pura seda. Ya puedes imaginar que esto las disfraza eficazmente, de modo que no hay forma de distinguir a la gran señora de su esclava. Es imposible para el más celoso de los maridos reconocer a su esposa cuando se la encuentra y ningún hombre se atreve a tocar o a perseguir a una mujer en la calle.
Esta permanente mascarada les da completa libertad para seguir sus inclinaciones sin peligro de ser descubiertas. El método más usual de intriga amorosa es enviar una cita al amante para encontrarse con la señora en la tienda de un judío, que son tan notoriamente convenientes como nuestras casas indias, pero incluso las que no hacen uso de ellas no tienen reparos en ir a comprar baratijas y lanzarse sobre las mercancías caras, que están para ser encontradas principalmente entre esa clase de personas. Las grandes damas raramente dejan a sus galanes saber quiénes son y es tan difícil descubrirlas que pueden estar haciendo conjeturas sobre su nombre incluso después de estar más de medio año con ellas. Puedes imaginar fácilmente el número tan pequeño de esposas fieles en un país en donde no tienen nada que temer de la indiscreción de un amante; así vemos que muchas tienen el valor de correr el riesgo en este mundo y las amenazas de castigo en el siguiente, que nunca se les predica a las jóvenes turcas. Tampoco tienen mucho que temer del resentimiento de sus maridos; esas señoras son ricas y tienen todo el dinero en sus propias manos. En líneas generales, veo a las mujeres turcas como las únicas personas libres del imperio. "



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