Los horrores del amor (fragmento)Jean Dutourd
Los horrores del amor (fragmento)

"No me contradigo. Era exactamente eso: un faldero tímido. Los hay, hombre. Al fin y al cabo no es tan raro. Roberti iba al amor como un cobarde a la guerra, presa de un pánico tan penoso que, a veces, la extravagancia más peligrosa no le costaba nada para apaciguarlo. Se han visto auténticos cobardes llegar a ser héroes. Los verdaderos conquistadores son quizá los menos armados para conquistar, y las conquistas recompensan a los hombres débiles que se atreven a intentar esfuerzos sobrehumanos. Roberti, desde su más tierna infancia, no había dejado de estar enamorado. Cuando era pequeño, su corazón novelesco se inflamaba por unas chiquillas que se burlaban de él. Adolescente, se consumía por unas jovencitas de las que, a lo más, obtenía algún beso furtivo. Cuando llegó a adulto, la cosa fue un poco mejor, porque había adquirido autoridad y vista, pero tampoco fue muy brillante. La explicación está en que no se mostraba bastante decidido. Nada aleja más a las mujeres que la indecisión. El instinto de las mujeres les cuchichea que en esos hombres no hay ardiente deseo. Por eso en amor los verdaderos sabios son los audaces, los que se dicen que un momento de felicidad vale ampliamente cien calabazas, los que intentan incansablemente, los que se burlan de su "dignidad", los que se precipitan sin mirar hacia las aventuras. Una mujer, probablemente, a reserva de defenderse, prefiere un bruto que le falte al respeto a un hombre timorato (o delicado), que pesa los pros y los contras, y que, si al final ganan los pros, actúa siempre a contratiempo. Roberti había sido cegado por el deseo unas diez veces en su vida con buena suerte. Sus otras buenas fortunas las había debido sobre todo a la determinación de sus compañeras. Le costaba trabajo encontrar las primeras palabras para dirigirse a una mujer. Su espíritu tan inventivo, tan desenvuelto, no le ayudaba nada en el empleo de esas naderías agradables gracias a las cuales los seductores saben insensiblemente empezar la conversación con una desconocida y situarla sobre el terreno de la broma. Es una desgracia pensar demasiado. Esos mil pensamientos que dan vueltas paralizan la acción, pues descubren las consecuencias antes incluso de que sea iniciada. Total, Roberti no se olvidaba casi nunca. Si buscaba algo que decir, inmediatamente todo su ser se ponía en movimiento y jamás sus palabras le parecían bastante fuertes para sacar el peso enorme de su persona moral y física. "


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