La dama que se transformó en zorro (fragmento)David Garnett
La dama que se transformó en zorro (fragmento)

"Toda la noche la pasó de este humor, es decir, en una agonía como si se hubiese roto un diente y mordido el nervio. Pero, como todo tiene un final, el señor Tebrick, agotado por el paroxismo de celos, acabó por conciliar un sueño inquieto y atormentado.
Después de una o dos horas, el desfile de imágenes confusas que en un principio le asaltaron se desvaneció, convirtiéndose en un sueño claro y poderoso. Su esposa estaba con él en forma humana, paseando como el día fatal de su transformación. Sin embargo, estaba cambiada, porque en su pálido rostro había trazas visibles de infelicidad, los ojos estaban hinchados de llanto, el cabello caía en desorden, los húmedos dedos retorcían un pañuelito, los sollozos agitaban su cuerpo: un aire de abandono se había apoderado de su persona. Entre gemidos le estaba confesando cierto crimen que había cometido, pero él no captó las palabras entrecortadas ni deseó oírlas, porque estaba ofuscado por su propio dolor. Así continuaron andando juntos en la mayor desolación, como si fuera para siempre, él con los brazos en el talle de ella, ella volviendo los ojos hacia él o clavándolos apenada en el suelo.
Al fin se sentaron y él dijo: «Sé que no son mis hijos, pero no por ello los trataré bárbaramente. Tú eres aún mi esposa. Te juro que no serán abandonados. Costearé su educación.»
Después empezó a dar vueltas a nombres de colegios. Eton no parecía apropiado, ni Harrow, ni Winchester, ni Rugby... Pero no podía expresar la razón por la que estos colegios no servían para los hijos de ella. Sólo sabía que ninguno de los colegios en que pensaba era adecuado, pero alguno acabaría por hallar. Pensando en nombres de colegios, permaneció sentado un buen rato con la mano de su esposa entre las suyas, hasta que finalmente ella se levantó y se fue sin dejar de llorar. Poco a poco despertó.
Pero incluso después de abrir los ojos y mirar a su alrededor, seguía pensando en colegios. Se decía que tendría que enviarlos a alguna academia particular o, en el peor de los casos, contratar un preceptor. «Sí, sí», se dijo, sacando un pie de la cama, «eso será lo mejor: un preceptor, aunque incluso así resultará un poco difícil al principio.»
Al decir estas palabras se preguntó dónde residía la dificultad y recordó que no eran niños normales. No, eran zorros, meros zorros. Cuando el pobre señor Tebrick se hubo acordado de este detalle, quedó ofuscado o aturdido por el hecho y durante largo rato no consiguió entender nada, hasta que al fin rompió en un torrente de lágrimas, compadeciéndolos y compadeciéndose a sí mismo. Lo terrible del hecho en sí —que su querida esposa tuviera zorros en vez de niños— le llenó de piedad y luego, al recordar la causa de que fueran zorros, es decir, que su esposa era un zorro también, sus lágrimas volvieron a correr y no lo pudo soportar por más tiempo: se puso a gritar, lleno de angustia, y se golpeó una o dos veces la cabeza contra la pared. Se echó sobre la cama y allí lloró y lloró, rasgando a veces las sábanas con los dientes. "



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