Al sur de Granada (fragmento)Gerald Brenan
Al sur de Granada (fragmento)

"Ordené mis cosas en las habitaciones y me puse a pensar cómo organizarme para hacer todo esto. El agua era mi primera necesidad. Haciendo acopio de valor cogí el cántaro de barro y con él en la mano me fui a la fuente. Unas cuantas mujeres con pañuelos anudados a la cabeza y faldas cumplidas y entalladas me miraban y cuchicheaban. La conversación cesó en cuanto llegué y todas me miraban en silencio. Súbitamente se acercaron, me arrebataron el cántaro, lo llenaron de agua y todas a una lo llevaron a mi casa. Comprendí que había infringido de manera inexplicable las leyes de la aldea al tocar uno de esos objetos femeninos, y que probablemente si me aventuraba a cocinar cometería casi una ofensa.
Esa tarde, al ir de un lado a otro de la casa barriendo y quitando el polvo, noté cómo desde las ventanas del otro lado de la calle me observaban unos rostros femeninos que desaparecían tan pronto los miraba. Esto me resultaba desconcertante. Cerré los postigos de madera —en toda la aldea sólo en dos casas había cristales— y proseguí mi trabajo, en la penumbra. Próximo el ocaso, subí a la terraza. Tal como he dicho, en lo alto de las escaleras, cubriendo parte de la casa, había un gran ático o azotea, que se utilizaba para almacenar grano y secar tomates y pimientos rojos. Se comunicaba con un terrado, o terraza, de greda lisa. Frente a mí se extendía un ancho panorama de montañas, valles, aldeas y, a lo lejos, el mar, como un fotograma de las maravillas del mundo en un libro infantil de geografía. Tras la casa se elevaba suavemente la montaña, en escalones de bancales cultivados, mientras que a mis pies, deslizándose por la ladera, se desplegaba la aldea: una aglomeración de grises superficies rectangulares que, vistas desde donde yo estaba, semejaban un cuadro cubista de Braque. El sol se ponía ya. Las cabras y las vacas volvían al poblado, las voces de hombres y mujeres se llamaban unas a otras cerniéndose en el aire como arroyos. Blancas palomas volaban en círculos. Absorto en este espectáculo llegó hasta mí un dulce aroma. Mirando a mi alrededor vi que cada uno de aquellos tejados grises tenía una chimenea y de todas ellas salía un penacho de humo azul, que uniéndose a otros penachos daba lugar a una tenue neblina que gravitaba sobre la aldea. Las mujeres preparaban la cena, y como combustible utilizaban ramas de romero, tomillo y espliego traídas a lomo de burro desde las cercanas colinas. "



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