Lo que el cuerpo sabe (fragmento)David Grossman
Lo que el cuerpo sabe (fragmento)

"Mi padre, Kobi se agacha ahora a su lado rodilla en tierra y habla con una parsimonia extraña y desconocida, que la asusta un poco, mi padre me cogió por aquí, por la mano, con los dedos se agarra la parte exterior del antebrazo, la fina piel, y me pellizcó, retorció el pellizco hasta que lloré, y no dejaba de reírse mientras me preguntaba, ¿es real? ¡Si esto es real, todo es real!
Con sus ojos, que todo lo ven con claridad, lo está viendo. En la piel oscura palidece una gran hoz, y desaparece. Nili se frota la cara y piensa vagamente, eso de haberme quedado dormida aquí y de que él me haya visto, es como si le hubiera ayudado más que todo lo que haya podido hacerle y decirle…
Si quiere que le diga la verdad, dice sonriendo, hasta el día de hoy, a veces, sigo creyéndolo, que las personas son muñecos o maniquíes, solo que ahora ya no me importa.
¿Y yo?, le pregunta y, al momento, se arrepiente, ¿soy verdadera?
Él la mira a una distancia de veinte centímetros. Unos dedos invisibles se mueven en su interior, dejando unos ligeros hoyuelos en la superficie del fondo. Al final, no sin dificultad, dice: usted sí.
Entonces, cediendo a un impulso repentino, Nili lo sujeta por el brazo a la altura del reloj, le desabrocha rápidamente la gruesa correa de piel, y entre su mano y la de él corretean unos microscópicos temblores de pánico, de rechazo, de súplica, pero él no retira la mano, y entonces ella le quita el reloj y temerosa vuelve la parte interior de la muñeca del chico hacia ella, y la ve, aunque no se sorprende, como si todo ese tiempo ya lo hubiera sabido.
Los labios de él palidecen. Su mirada, salvaje, la advierte que no le pregunte nada, que no se atreva. Ella le suelta la mano. Llena de confusión reflexiona, todavía está fresca, la piel todavía es muy frágil ahí, como si solo lo hubieran pellizcado, ha pasado hace poco, medio año, un año, no más. Y volviendo a cogerle la mano la coloca justo sobre su mano izquierda, por la parte de dentro, y frota con delicadeza la fina piel de su muñeca con la de él, absorbiéndola hacia sí, masajeándola y absorbiéndola, absorbiéndola y acariciándola. Mientras, piensa, este niño ha estado en el infierno y ha vuelto de allí, este niño conoce el camino. Entonces cierra los ojos y ve frente a ella, por extraño que parezca, las duchas del internado de él, una tubería de hierro que sale del techo, el depósito rosa del jabón, rasgado por los bordes, y el suelo de cemento gris sobre el que gotea un óxido espeso. "



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