La torre roja (fragmento)Thomas Ligotti
La torre roja (fragmento)

"De un paisaje gris, desolado y sin ninguna característica especial había surgido un edificio insulso, una torre blancuzca, o puede que traslúcida, que, con el paso de los años, empezó a convertirse en una fábrica y a producir, con el espíritu de la más grotesca agresividad, una línea de originales artículos bastante morbosos y desagradables. En algún momento, como muestra de rebeldía, se enrojeció con una pasión enigmática por la traición y la obstina­ción malsana. A simple vista, la Torre Roja parecía un magnífico comple­mento de la desolación grisácea que la rodeaba, una composición única y pintoresca que servía para definir la maravillosa esencia de ambos. Pero en realidad existía entre ellos una profunda e indescriptible hostilidad. Hubo un intento de recuperar la Torre Roja, o al menos de obligarla a volver a sus antiguos orígenes. Me refiero, por supuesto, a aquella demostración de fuerza que resultó en la evaporación del denso arsenal de maquinaria de la fábrica. Las tres plantas de la Torre Roja se habían vaciado, se habían purgado de los ofensivos medios de producción de aquellos originales productos, y la parte de la fábrica que se elevaba por encima del suelo se dejó caer en ruinas.
Si la maquinaria no hubiera desaparecido, creo que el cementerio subte­rráneo, o algo semejante, hubiese aparecido de todas maneras en algún momento u otro. Esa era la dirección en la que la fábrica se estaba moviendo, como sugería alguno de los últimos modelos de sus originales artículos. Las máquinas se habían quedado obsoletas conforme la obsesión enfermiza de la Torre Roja se intensificaba y evolucionaba hacia proyectos más experimen­tales e incluso más utópicos. Antes he dicho que las lápidas del cementerio subterráneo de la fábrica no tenían los nombres de los inhumados, ni sus fechas de nacimiento y muerte. Este hecho lo confirman numerosas explica­ciones presentadas como un galimatías al borde de la histeria. La razón de esas lápidas en blanco se hace evidente del todo cuando uno las mira detenidamente y las ve torcidas y muy juntas en la bruma fosforescente que despiden las paredes cubiertas con pintura luminosa. Ninguna de aquellas tumbas, a decir verdad, tenía allí enterrado a nadie cuyo nombre y fecha de nacimiento y muerte tuviera que inscribirse sobre las lápidas. "



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