Mi abuelo llegó esquiando (fragmento)Daniel Katz
Mi abuelo llegó esquiando (fragmento)

"Acostumbramos a usar esta vajilla en la cena del sabbat, por si no lo recuerdas. En mi opinión, no deben perderse las viejas costumbres por el mero hecho de que estemos en guerra. Todo lo contrario. Pienso que hay que aferrarse a las antiguas costumbres tanto como sea posible, especialmente en tiempos de guerra. —Yo cuidé de tus viejas vajillas tanto como pude —dijo Benno—. Cargué desde Helsinki con tu vajilla de Pascua y todo el servicio del sabbat, y con las ollas, cazuelas y más cacharros. Había que vigilarlos, sostenerlos, cargarlos y arrastrarlos, pero no fue fácil. En la estación de Vaasa... ¿Os he contado lo que me pasó en la estación de Vaasa? —Ya nos lo has contado —dijo Wera con un tono aburrido. —En la estación de Vaasa —continuó Benno—, una de las cajas se desfondó, causando un horrible estruendo, y las ollas y las cazuelas salieron rodando por el andén. Yo me puse a recogerlas. A unos metros, había un grupo de alemanes que se reían de mí. Eran oficiales alemanes. Se reían sin maldad, y uno de ellos, un teniente que tenía el rostro enjuto como el de un Cristo, me ayudó a recoger tus cacharros judíos de Pascua. Él no tenía ni idea de lo que eran. Se tiznó la mano con una de las cazuelas, pero se limitó a sonreír y me hizo un saludo militar con la mano tiznada. ¿Adivináis qué hice yo? —Ya sabemos lo que hiciste tú —dijo Wera, cansinamente. —Le di las gracias entre dientes, en yidis. El teniente Cristo se limpió las manos con un pañuelo bordado con cruces gamadas y se rió sin más. Yo le di las gracias en yidis. Entonces él me preguntó cuáles eran mis orígenes, si venía de Baviera, del Tirol o de dónde, pues mi alemán era muy peculiar, aunque fluido. ¡Bah! Un alemán muy peculiar... —Todavía no me entra en la cabeza cómo ese teniente no fue capaz de ver en tu rostro de dónde descendías —dijo Meeri. —Pues no lo vio —dijo Benno—. No estaba muy al tanto del asunto, era un jovenzuelo. Pero yo le solté la verdad a la cara, como suelo hacer. Agarré mi bastón y pensé que si el tipo se ponía difícil, ahí tenía yo mi arma, con su cabeza de plata maciza. Entonces me puse derecho y le dije a la cara: «Es que soy judío, ya ve». Pero justo en el preciso instante en el que se lo decía, sonó el silbato de una locomotora y el alemán no pudo oírme. Yo se lo repetí, más alto, pero la locomotora del demonio volvió a silbar y el teniente seguía sin entenderme. Volvió a llevarse la mano a la gorra y se fue con el resto de los alemanes. —¿Y qué otra cosa podría haber hecho? —preguntó Meeri. —Bueno, yo, un viejo, no le iba a mentir a ese bribón. —¿Y por qué no te callaste? —preguntó Wera—. Nos pones en situaciones muy comprometidas con esas estupideces. ¿Y si el teniente te había oído? ¿Y si solo estaba fingiendo? ¿Para qué iba a prestarle atención a las paparruchas de un viejo loco? —Conque fingía, ¿eh? —se enfadó Benno—. ¡Meeri, tú serás la locomotora, y Wera, tú serás el teniente! — ordenó—. Yo seré yo... —No, otra vez no. Claro que te creo —dijo Wera, quejumbrosa. —Tú no me crees —dijo Benno. —Madre, usted también debería reflexionar antes de hablar —la reprendió Meeri. —Te lo voy a demostrar, vejestorio, ya que de otra forma no me vas a creer. Meeri, cuando yo abra la boca para hablar, tú silba. Tú sabes silbar muy fuerte. ¡Wera, tú preguntas! —Yo tendría otras cosas que hacer, la verdad —dijo mi madre, malhumorada, pero Benno no le hizo caso, y en su lugar dijo escuetamente: —El sabbat puede esperar. Yo daré la señal. ¿Lista? ¡Los dedos en la boca! —Levantó la mano. Mamá se metió dos dedos en la boca y tomó aliento. Benno abrió la boca y gritó—: Ich bin ein Jude! —Al mismo tiempo, hacía un gesto con el brazo, de modo que mi madre soltó un agudo y largo silbido que acabó en dos suaves terceras. Cuando dejó de oírse su eco, Wera refunfuñó: —Was sagen Sie? Pero a Benno no le satisfizo. "


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