John l'Enfer (fragmento)Didier Decoin
John l'Enfer (fragmento)

"Hace alusión a ese organizado desorden de lonas y aparejos, de cadenas y tablones. Un desorden que no se parece nunca, un poco como un lenguaje renovado en cada navío.
Dorothy Kayne no dice nada: el cheyenne ha hablado por ella. Le ha evitado la humillación de confesar su miedo al exterior; sobre todo a los muelles, con sus pieles de plátano y charcos de fuel-oil, con sus acantilados cortados a pico sobre el mar glauco, que tiene los movimientos furtivos de alguien al acecho, de delincuente emboscado; están también entre el agua y los hangares, los trenes estrechos que circulan a través de una muchedumbre de descargadores. Un puerto no está hecho para pasear por él. Está hecho para partir. Dorothy Kayne no se va: con una venda de lana blanca en los ojos, lo que se hace es dormir.
Ella se duerme en cualquier sitio, a cualquier hora. Es capaz de hacerlo de pie, como los caballos. Cree que el cheyenne se aprovecha de eso para colarse en su habitación, tocar su ropa, de la víspera, aspira su olor unos instantes. Si le entran ganas de masturbarse, por ella no hay inconveniente: cada uno hace el amor como puede en una ciudad donde el copular es de pago; tarifas por cuarto de hora en los barrios pobres, por fines de semana en el resto; en fin, en Broadway, en las cabinas individuales de cine porno, veinticinco centavos los cuatro minutos. Pero el indio no es seguramente hombre de imágenes, él necesita algo tangible, ropa interior de verdad, todavía tibia, a ser posible. Así, pues, persuadida de que John juega con sus medias y bragas, Dorothy las abandona en sitio visible. John ha adivinado el detalle, se emociona. Pero lo que él desea es Dorothy, no sus despojos: sonríe, mete todas esas cosas en una palangana, las lava, las escurre, las plancha, las dobla, las recoge. Por respeto, se pone guantes de goma. "



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