De noche, bajo el puente de piedra (fragmento)Leo Perutz
De noche, bajo el puente de piedra (fragmento)

"El joven Albrecht von Waldstein, quien en opinión de Leitnizer era el indicado para poner en práctica el plan tramado por Barvitius, vivía por aquel entonces con la viuda de un sastre en una ruinosa casa situada al pie del Hradschin, en la parte de la ciudad que llamaban el barrio chico. Desde la ventana de su buhardilla tenía una hermosa vista que abarcaba hasta el convento de Strahover. Sin embargo, lo primero que veía cada mañana al acercarse a la ventana era el pequeño huerto de la viuda del sastre, en el que, para enojo del señor Von Waldstein, hacían de las suyas dos cabras, varios pollos y su perro Lumpus, que no paraban de balar, cacarear y ladrar. Pero el que más le molestaba era el gallo, un animalejo raquítico y medio pelado que la viuda llamaba su Jeremías, porque su quiquiriquí sonaba tan triste y desolado que parecía que se lamentaba de todas las miserias del mundo. Cuando en alguna ocasión el ruido le resultaba excesivo al señor Von Waldstein, dejaba su Polibio, que estudiaba en ese momento, y corría escaleras abajo hasta la cocina, donde la viuda trasegaba entre espumaderas, cacerolas y sartenes. Gritaba que ya no podía soportarlo más, que aquello era un infierno y que, si no se ponía fin a semejante alboroto, se vería obligado a marcharse. Pero la viuda se reía y decía que no criaba a las gallinas por su cacareo, y que si el caballero quería sopas de leche y tortillas tendría que aguantar a las cabras y las aves, y en cuanto a Jeremías, sus días estaban contados, pues pronto lo serviría en el guiso dominical.
La tarde solía ser más tranquila. Lumpus ya no perseguía a las cabras y a las gallinas, y es que se escapaba y vagaba por las calles del barrio chico. No regresaba hasta la noche y siempre a la misma hora, cuando la campana de la capilla de Loreto daba las doce. Ladraba y aullaba delante de la puerta para que le abrieran, y con ello despertaba a Jeremías, que se ponía a lamentar las miserias del mundo, interviniendo luego las cabras, mientras Waldstein se apretaba las sienes con las manos, gimiendo y gritando que aquello era el infierno, que no se quedaría ni un minuto más en aquella casa, donde no había tranquilidad ni de noche ni de día. Entretanto la viuda dejaba entrar a Lumpus, que se deslizaba manso hasta su rincón. Las cabras callaban y, finalmente, también Jeremías se dormía olvidando las penas que lloraba.
Así como aquella huerta, con sus gallinas, sus cabras, su Lumpus y Jeremías, suponía para Waldstein el infierno, también era cierto que detrás del infierno estaba el paraíso. Este se encontraba en un gran parque rodeado de un hermoso enrejado y setos, detrás de cuyos añosos árboles podían distinguirse los tejados, la chimenea y las veletas de un pequeño palacio de recreo. En aquel parque reinaba el silencio, nada se movía, únicamente el viento insinuaba su lamento entre las copas de los árboles, y a ratos se oía de lejos la llamada y el ligero repiqueteo de un pájaro carpintero. "



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