El mesías de Estocolmo (fragmento)Cynthia Ozick
El mesías de Estocolmo (fragmento)

"No era su hermana; él no tenía hermana ninguna, ni padre, ni vínculo alguno con el apellido de su madre. Se había dado un nombre en secreto: Lazarus Baruch. ¿Quién iba a decirle lo contrario, quién iba a negarle aquellos emparejamientos, aquellos enredos? Y, a través de adivinaciones de diccionario y de desplazamientos cabalísticos: Lars Andemening. ¿Quién iba a impedírselo? Gozaba de la aterradora libertad de elección que sólo tiene el huérfano. Podía convertirse en lo que le diera la gana; nadie podría prohibírselo, podía escoger su propia historia. Podía escoger y podía renunciar. Era aterradoramente, horrorosamente libre.
[...]
Sobre la Academia, flotando en el cielo nocturno, meciéndose, posado entre los copos de nieve, Lars vio, o casi llegó a ver, el cuerpo de su padre, en absoluto un esqueleto… una aparición incandescente, ondeando en la luz, henchido, pues la luz estiraba la piel de su padre hasta dejarla en la más pálida transparencia. Ese padre-globo, del que se desprendía aquella luminosidad, pues la luz se derramaba por las esquinas de la calle desde su cuerpo hinchado, iba a la deriva, inmerso en un flujo inmaculado, blanco, con el cual se entreveraba. Al principio, un borrón, luego una mancha, luego la blancura: sobre los tejados de la Academia hubo sólo un chorro de puntos y comas de nieve que descendía entre resplandores.
[...]
Era su abogado, había tomado partido por él. Aquello era como un juego, como una pieza teatral. Estaba en un teatro. Lars se sintió oculto. Tras un proscenio cubierto por el telón -sólo que el telón estaba sellado y le impedía franquearlo- se desenmarañaba un drama rabioso e ininteligible. Ni siquiera en calidad de testigo podría ocupar un lugar racional dentro de la trama. ¿Qué es lo que iba a ser, ya que no el hijo de su padre? ¿Y ella, la hija, aquella hija falsaria? De pronto, el autor de El Mesías ya no era el padre de nadie. ¡A lo que había renunciado Lars! Una capitulación: se había rendido ante el relato de la hija falsa. Ya no tenía un relato sólido en el cual apoyarse, tan sólo su sangre soliviantada. El de ella era tan probable como cualquier otro en el atroz desierto que fuera Europa cuarenta años atrás. Todos los cuentos tenían su punta de plausibilidad. Lars tenía… ¿Qué tenía? Su vieja certidumbre, nacida de su propia carne, como una uña. Se la arrancó. Se había quedado desprovisto de verosimilitud. ¿Que ella no era hija de nadie? Entonces, razón de más, él no era hijo de nadie en absoluto. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com