Tormento (fragmento)Benito Pérez Galdós
Tormento (fragmento)

"Cuando Amparo llegó a su casa, era ya tan tarde que no quiso ir a la de Bringas. Intentó recordar el pretexto con que, según lo convenido consigo misma, debía explicar al día siguiente su falta de asistencia; mas la mal preparada disculpa se le había ido del pensamiento. Era preciso inventar otra, y a ello consagró por la noche los breves ratos que le dejaban libre sus cavilaciones sobre asunto más grave. «Seguramente —pensaba al acostarse— hoy que yo he faltado, habrá ido él».
Así era. Agustín había ido a la casa de sus primos muy temprano, en aquella matutina hora en que la viva imagen de Thiers recorría en mangas de camisa los pasillos, con la jofaina en las manos, para trasportar a su cuartito el agua con que se había de lavar; en aquella hora en que Rosalía, no bien dejadas las perezosas plumas, se dedicaba a menesteres y trabajos impropios de quien la noche antes había estado en la tertulia de la Tellería hecha un brazo de mar, respirando aires de protección por las infladas ventanillas de su nariz. Como en Madrid todo el mundo se conoce y no había forastero en la reunión, a nadie se le ocurrió decir: «Pero esta señora de tantos humos, tan elegantona y tan perdonavidas, será esposa de algún prócer considerable o de cualquier rico negociante». En la eterna mascarada hispano—matritense no hay engaño, y hasta la careta se ha hecho casi innecesaria.
Estaba la Bringas en tal facha aquella mañana, que se la hubiera tomado por una patrona de huéspedes de las más humildes. ¡Qué fatiga la suya y qué andrajos llevaba sobre sí! La criada estaba en la compra, y la señora, después de dar muchas vueltas por la cocina, arreglaba a los niños para mandarlos al colegio.
[...]
Él era en efecto, y se le conocía en la manera de llamar, pues a tal punto llegaba su espíritu ahorrativo, que economizaba hasta el sonido de la campanilla. Metiose Bringas en su cuarto y a oscuras cambiaba su ropa, cuando entró, después de llamar con estrépito, su cara mitad. Venía muy sofocada, pues desde el obrador de la modista había ido a Palacio, sin lograr ver a Su Majestad, por ser día de consejo y audiencia. No bien puso el pie en el comedor, empezó a echar regaños por aquella boca: había tufo en la luz del recibimiento; estaba el comedor oscuro como boca de lobo y en la cocina olía a quemado. Amparo encendió la lámpara del comedor. Ver Rosalía a su primo y desenojarse, todo fue uno. "



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