La séptima carta (fragmento)Vintila Horia
La séptima carta (fragmento)

"Todo había cambiado en Siracusa, y todo se hubiera presentado bajo los mejores auspicios de no haber sido por la ambición de Dionisios, que insistía para que se cambiase el nombre de Calípolis. Tenía una disculpa, la que le daban su ambición y su inexperiencia. El destino le había colocado sobre una cumbre asombrosa, en la que a duras penas se mantenía en equilibrio.
Estuve a punto de creer en la victoria definitiva el día en que volví a ver a Jenarcos. El mimo había envejecido mucho y apenas salía ya de su casa, en la que seguía escribiendo y bebiendo, rodeado de amigos, de actores, de esclavos manumitidos, de cortesanas, de gente de los barrios bajos y del puerto, de cocineros y de taberneros, cuyas costumbres y lenguaje adoraba. Su mundo imaginario tomaba vida en aquel circo, que le envolvía con ruido y de sus colores, como un cálido manto que su vieja armazón aceptaba con placer. Yo no menospreciaba a aquella gente; al contrario, me divertía oírles hablar, blasfemar y jurar. Constituían, para mí, el lado inocente del mal, porque aquellas cabezas huecas solían poseer almas carentes de profundidad, es cierto, pero también desprovistas de escondrijos, almas que se hallaban mucho más cerca de la redención que los cortesanos de Ortigia. Solía encontrar en aquella casa a un personaje curioso, a Carmines de Atenas, antiguo hoplita de Jenofonte, al que tal vez habéis conocido, pero cuya historia ignoráis seguramente. Os la contaré más adelante, si me acuerdo.
Si yo tenía ganas de hablar, todos callaban y me escuchaban deslumbrados, porque estaban poco acostumbrados a aquel lenguaje. Lo que más les interesaba era el medio de volverse mejores. ¿No es extraño? Lo que les preocupaba era saber cómo complacer a los dioses, cómo hacerse perdonar, no sólo sus faltas cotidianas, que ellos ni siquiera consideraban tales, sino su vida entera. Todos eran creyentes, y algunos de ellos habían sido iniciados en el secreto de la buena muerte según Eleusis, y habían pasado por la primera prueba, la de los mistos. Jenarcos los dominaba como un rey, y su casa parecía una Corte; en ella, un dios tenía más posibilidades de aparecer y de ser reconocido enseguida que sí se hubiera aventurado a entrar en Ortigia.
Evidentemente, quedarme solo con mi amigo constituía todo un problema. "



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