Elmer Gantry (fragmento)Sinclair Lewis
Elmer Gantry (fragmento)

"En los días todavía vírgenes de 1905, las cuadrillas de obreros salían a trabajar a la vía férrea en vagonetas que no tenían motores, sino que eran accionadas a mano. Consistía en una plataforma con dos barras horizontales que eran maniobradas de arriba a abajo como la palanca de una bomba.
En una de estas vagonetas emprendieron el viaje hacia su nuevo destino Elmer y Frank Shallard. No tenían un aspecto muy eclesiástico al manejar las palancas. Era una fría mañana de domingo, en noviembre, y sus abrigos estaban bastante deteriorados. Elmer se había puesto una gorra de terciopelo apolillada, y Frank exhibía unas ridículas orejeras bajo un sombrero hongo más ridículo todavía. Los dos llevaban puestos mitones de franela encarnada que les habían prestado los obreros de la línea.
La mañana era clara y glacial. La escarcha brillaba en los manzanos, y en los rastrojos cercados cantaban las codornices.
Al manejar la palanca con todas sus fuerzas, Elmer sentía que sus pulmones se limpiaban del polvo de las bibliotecas. Se le expandía el pecho, se cubría su piel de grato sudor; sentía que su misión entre los hombres y su verdadera vida comenzaban. Frank, pálido y más débil, le inspiraba cierta piedad y Elmer daba más deprisa a la palanca... obligando a Frank a seguirle, sin poder parar, de arriba a abajo, de arriba a abajo. En las cuestas arriba y en las curvas, donde los raíles brillaban en el fondo de las trincheras, el esfuerzo le agotaba. Pero en, los descensos, lanzados a través de praderas cubiertas de escarcha donde se oían los cencerros de las vacas pastando bajo el claro sol de la mañana, Elmer lanzaba un grito de alegría y cantaba a plena voz:
«Hay, fuerza, fuerza, maravillosa fuerza En la sangre Del Cordero...
La iglesia del Schoenheim era un edificio minúsculo de madera ennegrecida, con un campanario de juguete. El pueblo se componía de la iglesia, la estación, la herrería, dos tiendas y media docena de casas. Pero había más de treinta carricoches parados en medio de la calle surcada de roderas o guarecidos bajo un cobertizo detrás de la iglesia. Unas setenta personas habían venido a ver qué cara tenía su nuevo pastor. Formaban varios grupos que les miraban con la boca abierta tras las bufandas empapadas de escarcha. "



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