Una serenata (fragmento)James M. Cain
Una serenata (fragmento)

"Miré el programa para ver quién cantaba. Había oído nombrar a uno o dos. José y Micaela serán personas de segundo orden en el Metropolitan. Había en el programa una nota sobre Carmen. Era una muchacha local. Conocía a Escamillo. Era un italiano llamado Sabini, que una noche en Palermo había cantado la parte de Silvio, mientras yo cantaba Tonio. Hacía cinco años que no sabía nada de él. A los demás no los conocía.
Tocaron la introducción, se apagaron las luces y empezamos a divertirnos. Les aseguro que era el tipo de ópera con el que uno sueña. No había telón. Encendían las luces y allí estaba la cosa, y todo se oscurecía al terminar y aparecía una lucecita para los saludos. La orquesta estaba al frente. Detrás había unos peldaños chatos y, más allá, el escenario, sin la conchilla que se usa para los conciertos. Allí habían construido todo un pueblo, el cuartel a un lado, los cafés al otro, la fábrica de cigarros al fondo. Había que frotarse los ojos para convencerse de que uno no estaba en España. La iluminación era magnífica. Tienen una caja de luces en ese Bowl que sobrepasa todo lo que yo había visto. Y aquel pueblo del escenario se llenó de gente. La representación parecía ser un término medio entre un ballet estudiantil y algunos coros locales, y por lo menos debía haber allí trescientas personas. Sonó la campana y las muchachas empezaron a salir de la fábrica. Realmente era la hora del almuerzo. En el entreacto enrollaron todos los materiales y desenrollaron el café para el segundo acto, las rocas para el tercero, y la entrada de la plaza de toros para el cuarto. El lugar es tan grande que, con las luces apagadas, nadie presta atención a lo que se hace allí. No usaban amplificadores. A pesar de ser tan enorme, la acústica era tan perfecta que se oía hasta el último murmullo. Aquello era lo que yo no podía tragar.
Los principales cantantes estaban bien, tal vez ni siquiera eso, como no fueran los dos del Metropolitan, pero no me importaba. Representaban y con eso bastaba. Por eso, cuando sucedió aquella cosita, no le presté mucha atención. Un cantante puede percibir las dificultades a una legua, pero yo estaba allí para divertirme, de manera que no me importó. Después desperté.
Sucedió en la mitad del primer acto, cuando los soldados sacan a Carmen de la fábrica tras su riña con otra muchacha. Un corista uniformado se adelantó para el papel de Zuñiga, movió el pulgar hacia el fondo del escenario y empezó a cantar la parte. Zuñiga se fue después. Eso fue todo. Lo hicieron tan casualmente que casi parecía parte de la opera, y creo que no hubo veinte personas que prestaran atención a la cosa. Había que conocer la opera para descubrirlo. Quedé intrigado porque Zuñiga tenía una bonita voz de bajo, y había estado cantando muy bien, Pero escuchaba a Carmen, y ella empezó las «Seguidillas» antes de que yo me diera cuenta de lo que estaba pasando. "



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