La historia (fragmento)Martín Caparrós
La historia (fragmento)

"Jacobo solía jactarse de la astucia económica de una de sus ideas: la de revestir sus ingenios feminoides con pieles de macho. La hembra es un animal tanto más productivo, en leche, carnes y perfumes: no era bueno cuerearlas. Al usar pieles de macho para revestir sus engaños mataba dos pájaros de un tiro. Pero había algo en los cueros masculinos que los machos repudiaban, en el momento del amor. No que los vicuñas deploraran por completo los fornicios de machos: solían entregarse a ellos con fervor. Pero los encuentros de dos machos necesitaban de un exactísimo ritual previo que las hembras maquínicas de Jacobo, programadas para actuar como hembras, no tenían. Le costó estaciones descubrir la falla; después no le fue difícil enseñarle a sus ingenios el ritual de cortejo, pero entonces el pistón de los vicuñas buscaba de las máquinas hembras el otro orificio: les trabajaban el ojete. Estos encuentros producían en los beneficiarios menos calma que desasosiego: en vez de replegarse, una vez saciados sus instintos, y permanecer en paz durante el período de cinco horas, los vicuñas buscaban una y otra vez, infatigables, el deleite. Jacobo tuvo que revestir sus maquinitas con pieles de hembra adulta.
Echados a la vida, los mecanismos tuvieron una acogida fulgurante. Mi padre Andrés lanzó gran campaña que acabó con los animales cimarrones y ordenó los rebaños: la reproducción pudo ser regulada por la mano del hombre. Los vicuñas retozaban alegremente con sus compañeras mecánicas; en criaderos, las vicuñas producían la leche, la carne y el perfume y, llegado el momento, eran sacrificadas para transmutarse, a través de sus pieles, en máquinas eternas; cuando convenía, algunas de ellas eran preñadas de verdad para seguir la raza.
Jacobo llegó a tal punto de excelencia que sus ingenios empezaron a ser utilizados también como transporte. La meseta se acercó entonces al aspecto que nos es habitual: se pobló de vicuñas fieles, mansitas, del tamaño que se considerara más útil, inmensas para las grandes cargas, menores para los transportes de precisión, que no requerían mimo ni alimentos y eran imbatibles en los largos recorridos. Son los ancestros directos de las que recorren nuestros montes. Es cierto que ni aún ahora sirven para la guerra: cierta pesadez en sus reacciones, cierta falta de velocidad inicial los hacen inferiores en la lid. Pero ni yo, que poseo el mayor rebaño de animales y la mejor escuadra de máquinas, logro a veces, cuando los cabalgo, distinguir el paso de unos y de otras. "



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