Una biblioteca de verano (fragmento)Mary Ann Clark Bremer
Una biblioteca de verano (fragmento)

"Aquél propósito, aunque «expresado» de otra forma, había sido mi lema durante las últimas semanas. Y me había hecho un bien antes inimaginable. El refugio no lo habían alzado en la intemperie sólo los libros, sino también todos aquellos hombres y mujeres —más mujeres que hombres— de D. Parecía escuchar ahora a mi tío; ¿no eran palabras suyas aquéllas? «El poder curativo de la conversación... No seas rencorosa durante mucho tiempo... No te hieras pensando en tus debilidades ni en tus faltas: eres imperfecta, y si te das cuenta de ello serás menos infeliz...» Mi tío había tratado de educarme. Era mi consuelo cuando mis padres estaban en alguna fiesta o lejos, de viaje. Era mi consuelo en los días de los amores casi infantiles: del despecho, de la ira. Era mi consuelo y mi aplauso.
Pero también mi crítico. Nunca me trató como a una niña mimada. «Cuida tu carácter, aliméntalo con lo mejor de la vida, con lo que nos hace felices. Y sé fuerte pero no inflexible», repetía.
Pero aquel nuevo ánimo no era suficiente.
La mayor sorpresa no fue encontrarme a mí misma en algunos relatos de Katherine Mansfield, pues en parte ya lo esperaba, sino el hallazgo de aquella fotografía. La de una enfermera militar. La de la dueña de aquel volumen: Ann Howard B.
Aquél era el nombre que aparecía al dorso. No era el de un soldado, como yo había creído hasta entonces. Era el de la desconocida a la que siempre había amado mi tío, La Innombrable, como la llamaba mi madre.
Así que Ann Howard B. había pasado algún tiempo en La Bienhereuse. Mi tío nunca me había hablado de ello.
Corrí a preguntarle a Tourne, que sonreía mientras negaba y negaba: —No te miento, pues yo jamás llegué a verla. Tu tío la conoció después de la batalla del Marne, y por entonces yo impartía la extremaunción, una tras otra, muy lejos de allí. Y muy lejos de aquí. No volví a D. hasta 1920, pues me ocupé en el Hospital de veteranos de L. hasta que dieron de alta a todos los heridos, o éstos fueron trasladados.
A lo largo de los siguientes días pregunté a todos los que se acercaban a nuestra biblioteca por aquella enfermera.
Nadie había visto a enfermera militar alguna en D. Pero sí, dijo la señora Botrel, a una joven muy agraciada y peinada a la moda de entonces que hablaba francés con un fuerte acento inglés. Había sido sólo una vez, cuando llegaron los caballos de la remonta para inseminar a las yeguas de los alrededores, según era costumbre desde antiguo.
Aquella joven había acudido con Marcel, mi tío, al desfile, a la exhibición, previa al encuentro entre sementales y yeguas. La joven parecía saber mucho de caballos, según la señora Botrel, y explicaba a Marcel cómo se llamaba el pelaje de cada uno, cuáles eran sus virtudes anatómicas. "



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