La oficina de estanques y jardines (fragmento)Didier Decoin
La oficina de estanques y jardines (fragmento)

"El director de la Oficina de Estanques y Jardines salió del Palacio Imperial por la Kenshunmon, la puerta destinada a los ministros y los funcionarios de elevado rango.
Que estuviera reservada a los dignatarios no impedía que una muchedumbre de artesanos, de vendedores ambulantes, de vendedoras de puestos de feria harapientas y de titiriteros la utilizasen sin que se les ocurriese siquiera que su posición social no los autorizaba a codearse con las autoridades que tenían el privilegio de pasar bajo ese tejadillo de frontón triangular. Por lo demás, no había de qué preocuparse, pues el castigo al que se arriesgaban se limitaba a dos o tres palos en los hombros que, más que zurrar al dueño de estos, lo que pretendían era que doblegase simbólicamente la espalda.
Los empujones, la ruidosa promiscuidad y, sobre todo, la falta de disciplina del vulgo le parecían a Nagusa Watanabe una de las manifestaciones más aborrecibles de la decadencia que corroía el imperio; la administración central había consentido en que poco a poco la fueran desposeyendo de la parte esencial de sus prerrogativas en provecho de los grandes terratenientes, a cuyo frente se hallaba el clan de los Fujiwara, quienes, al arreglárselas para casar a sus hijas, nietas o sobrinas con los príncipes imperiales, habían conseguido manejar en su propio beneficio todos los hilos del poder. Aquellas punciones con que vaciaba el imperio una dinastía que tomaba de él lo necesario para garantizar su crecimiento lo iba privando de su sustancia de la misma forma que un cangrejo que muda de caparazón pero, tras prescindir del que ya le estaba estrecho, se da cuenta de que no ha preparado otro exoesqueleto para sustituirlo, con lo que queda condenado a ser tan blando que a partir de ese momento tiene los días contados.
Había sido milagrosa la cantidad de muchachas, más bien bonitas por lo demás, que los Fujiwara habían podido brindar durante siglos como esposas a los jóvenes emperadores que iban sucediéndose en el trono, otras tantas uniones que les habían permitido a la perfección dirigir un imperio sin tener que tomar el poder personalmente.
Pero hete aquí que el manantial parecía haberse agotado. Tras la floración más asidua e inmutable, el cerezo se había quedado desnudo: el clan Fujiwara no contaba ya con doncella alguna que ofrecer al siguiente soberano. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com