El viento se llevará nuestras palabras (fragmento)Doris Lessing
El viento se llevará nuestras palabras (fragmento)

"Todo refugiado debe estar inscrito en un partido para recibir raciones de comida. Esto significa que quienes no son miembros de un partido no están inscritos y se mueren de hambre, o deben ser alimentados por familiares que ya tienen poca comida. Para ponerlo más claro: algunas personas con mente independiente, que no quieren ser definidas por un partido, pueden morir de hambre o tener muchas dificultades para alimentarse y alimentar a sus hijos.
No todos los refugiados están en los campamentos. Pasamos un par de días visitando gente que ha encontrado algún agujero en la misma Peshawar. Construyen colmenas de casitas de barro en un solar o se acomodan de cualquier forma en las calles.
Pronto comenzaron los enredos y problemas que algunos veteranos daban por sentado —y con los que incluso parecían disfrutar— como parte inevitable de la Experiencia Peshawar. Puesto que las mujeres guerreras de Afganistán seguían eludiéndonos, pues no llegamos a tener noticias de ellas, decidimos filmar y entrevistar a mujeres instruidas. Un partido nos había asignado un joven para que nos cuidase y enseñase todo. (Había sido muyahid, pero lo enviaron aquí para que atendiese a las familias en el campamento.) Aseguró que ninguno de nosotros tendría problemas, incluso León podría filmar a las mujeres. Salimos con él en busca de las calles indicadas. Cuando llegamos, todos nos quitamos los zapatos y nos sentamos intercambiando fórmulas de cortesía con varios hombres; luego a las tres mujeres nos llevaron a la zona de mujeres. Se trataba de dos habitaciones pequeñas con un pequeño patio; todo era pobre, limpio, frugal. Estaban amuebladas al estilo afgano, con cojines y colchones a lo largo de las paredes, y esteras en el suelo. Las paredes eran de ladrillo y encalado blanco. Había dos mujeres jóvenes y una mayor, y muchos niños, todos simpáticos, correteando alrededor, ansiosos por hablar. Uno se siente cohibido al conversar con los muyahidin, pues han convenido en presentarse siempre como intrépidos y heroicos, pero con las mujeres no sucede nada de eso. Enseguida te cuentan cómo ha ido todo, lo terrible, lo pavoroso, cuánto han sufrido, cuánto sufren ahora. Hablan entre sollozos, recuerdan todos los detalles que los periodistas ansían recabar y que son tan difíciles de oír de boca de los hombres.
Esta familia llegó hace cuatro años cruzando las montañas. Su pueblo, lleno de mujeres y de niños, fue bombardeado por los rusos; los hombres se habían ido a luchar. «En nuestro pueblo no quedó nada en pie —nos explican—; guardábamos nuestras provisiones en el sótano de la casa. Bajamos allí y nos salvamos, a pesar de que bombardearon nuestro hogar. Del pueblo salió un grupo de cien personas; siete eran de nuestra familia, incluyendo esta niña». Una preciosa criatura de unos nueve años, Nadala, dice que recuerda perfectamente aquella terrible jornada. «Había nieve y hielo, pero no agua, los niños tenían la lengua hinchada por la falta de agua. Tardamos dos semanas; los rusos nos bombardearon durante todo el camino, tiraban bombas de día y de noche. Esta chica —una de las jóvenes— iba a caballo con un crío en brazos, un aeroplano ruso pasó muy bajo y ella sintió que le corría sangre; era del bebé. Se cayó del caballo, el crío estaba muerto. Muchos tenían los pies congelados. De los cien que salimos solamente diez logramos cruzar las montañas y llegar a Pakistán. Ahora vivimos aquí. Los hombres vinieron por nosotras unas semanas más tarde. Luego, cuando vieron que estábamos bien, regresaron para combatir junto a los muyahidin. "



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