El maniquí de mimbre (fragmento)Anatole France
El maniquí de mimbre (fragmento)

"Se creía una mujer decente, arrepentida sólo de haberse dejado sorprender por un marido que le inspiraba desprecio profundo. Y esta desdicha era, sobre todo, sensible por ocurrir en el ocaso, en la edad tranquila de las reflexiones prudentes. Las otras dos aventuras comenzaron también de igual modo que la tercera. Enorgullecía mucho a la señora de Bergeret la impresión que pudo causar a un hombre correcto y agradable. Las manifestaciones de semejante impresión le interesaron hasta el punto de no parecerle nunca excesivas, y se creyó muy apetecible y turbadora. Dos veces antes de su tropiezo con Roux se había deslizado hasta un límite donde sería necesario, para detenerse, vencer una inmensa dificultad física sin conseguir ninguna ventaja moral. Su primer amante fue un hombre talludo, hábil, nada egoísta, que se propuso agradarla; pero la turbación consiguiente a un primer desliz menguó aquel goce. La segunda vez estuvo más interesada en su aventura; pero, desgraciadamente, carecía de la necesaria experiencia. Por fin, Roux le ocasionó un trastorno demasiado grave para que Amelia se preocupase de lo que hizo con él antes de la inconcebible sorpresa; y si procuraba recordar sus actitudes en el sofá, era sólo para deducir lo que vio el catedrático y precisar hasta qué punto podría sostener el engaño y la mentira.
Sentíase humillada, exaltada, ridícula; se avergonzaba al pensar en sus hijas, pero sin temor alguno, segura de convencer, de acorralar a su marido con sufrimientos y astucias, confiada en su mucha superioridad sobre aquel hombre bondadoso, inocente y tímido.
Ni un momento dejaba de suponerse muy por encima del señor Bergeret. Esta convicción inspiraba sus actos, sus palabras y su silencio. Amelia tenía un orgullo dinástico. Se llamaba Poully, era hija de Poully, el inspector de la Universidad; sobrina del Poully del Diccionario, sobrina de otro Poully que publicó en 1811 la Mitología para señoritas y la Abeja de las damas. La había fortalecido su papá en ese orgullo doméstico y arrogante. Junto a una Poully, ¿qué representaba un Bergeret?
Por esto no sentía la menor inquietud acerca del resultado favorable de la disputa prevista, y aguardaba tranquilamente a su marido con astuta insolencia. Pero cuando a la hora del almuerzo le oyó bajar la escalera, sintió alguna inquietud. Ausente, aquel infeliz la intranquilizaba, y se convertía para ella en un ser misterioso, casi temible. Amelia fatigaba su cerebro en conjeturas acerca de lo que le diría el catedrático a su regreso, y preparaba contestaciones pérfidas o violentas, según el caso. Se erguía y se engallaba para repeler al enemigo. Imaginaba rasgos patéticos, amenazas de suicidio, escenas de reconciliación. Al anochecer se sintió desalentada; lloró, mordió su pañuelo. Ansiaba, requería explicaciones, insultos, atropellos. Aguardaba con ardorosa impaciencia el regreso del señor Bergeret. A las nueve de la noche reconoció sus pisadas en la escalera; pero él no entró en el gabinete. "



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