La caja china (fragmento)Miguel Sánchez-Ostiz
La caja china (fragmento)

"Veía a aquellos tipos, que se apiñaban alrededor de la mesa, como uno de los grupos más extraños que había visto en su vida. Y había tenido la oportunidad de ver muchos. A primera vista no se diferenciaban en nada de aquellos con los que él trataba, pero había algo que los hacía distintos. Aquel acicalamiento que no lograba ocultar del todo una indigencia sutil, que resultaba una mera apariencia, como el maquillaje de una compañía de comediantes con pocos recursos. Estaban mucho más deteriorados de lo que parecía a primera vista. Rafael pensó en cadáveres maquillados, en personajes de alguna película de tipos grotescos, de esos de cuya existencia uno duda con fundamento, pero que aparecen de pronto salidos de tabucos inverosímiles, de cloacas, de sótanos, de viviendas interiores sin luz ni ventilación, de los bastidores de un teatro de feria, de un carromato de circo, de una casa en apariencia abandonada… Rafael cuando se ponía a imaginar se disparaba. Era, sin él saberlo, su fuerte. Nunca había sacado provecho de esta veta. Tal vez él llegaría a tener ese aspecto. No le asustaba. Nada muy estoico; a aquellas alturas ya estaba bastante descalabrado. Sólo le hacía falta un poco de maquillaje.
Denis y Silvia Soldati aceptaron la copa que les ofreció Rafael a instancias de Pellot. El hombre lo hizo con una inclinación de cabeza y un murmullo que podía pasar por una rebuscada cortesía. En cualquier caso Rafael no logró descifrarla. La invitación de Esteban Pellot era más propia de una barra americana. Un impertinente. «Si quieren que juegue, jugaré», se dijo Rafael sin saber muy bien a qué venía aquello.
El recién llegado tenía un vago aire deportivo, el de alguien habituado a vivir al aire libre, y como de la mayoría de los que allí se encontraban, no era fácil adivinar su edad. Algo entre dos aguas. Rafael le miró de arriba abajo. Sí, reconocía aquel aspecto atildado de hombre sin demasiados recursos que ha conocido una posición mejor. Tenía la piel muy tostada, como las momias, pero aquélla parecía estar permanentemente riéndose sin saber de qué y sin venir a cuento y sin ruido, mostrando una dentadura blanquísima de la que parecía estar orgulloso. Hablaba el castellano de forma muy remilgada y con poco sentido. Decía frases que no significaban nada. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com