Una temporada para silbar (fragmento)Ivan Doig
Una temporada para silbar (fragmento)

"Desperté con un tapón de algodón en el oído, pero no recordaba que me hubiera dolido el oído el día anterior. Seguí un rato tendido en la cama, con el otro oído contra la almohada, sin acabar todavía de explicármelo. Los sonidos acostumbrados del final de la noche brillaban por su ausencia. Ni siquiera oía el viento azotando la casa: solo el silencio del tapón. Me volví sobre el otro costado y descubrí que tenía el otro oído igual. Nada. ¿Me habría quedado sordo de los dos oídos? Aturdido por el silencio, me senté en medio de la cama. ¿Cómo podía haber perdido el oído en una noche, si ni siquiera lo había soñado? Fue entonces cuando advertí el reflejo cristalino, entre azul y plateado, que se extendía tras la ventana por encima de los cuerpos todavía dormidos de mis hermanos. El tapón de algodón que amortiguaba los ruidos del mundo exterior era una nevada.
Morrie inauguró el día de clase como si el manto de diez centímetros de nieve que había fuera no tuviera nada de extraordinario. Sin embargo, me di cuenta de que se acariciaba el bigote más a menudo.
No suelo dejar que las cosas se me suban a la cabeza, pero pasé la mañana flotando varios centímetros por encima del pupitre que compartía eternamente con Carnelia. En el desayuno, papá había dado fe de que una nevada como ésa, húmeda y copiosa, era ideal para seguir rastros y cazar, y lo más probable era que la nieve permaneciera hasta la primavera en las montañas y al pie de las colinas. Brose Turley tendría que ponerse en marcha para reunir su cosecha invernal de pieles. El propio Eddie nos lo confirmó esa mañana cuando llegamos al colegio: sonreía de oreja a oreja, por primera vez en mucho tiempo, y se entrenaba para su estancia con los Johannson dándoles pescozones.
Pero no solo yo estaba eufórico a causa de aquella nevada copiosa y ligera. Morrie no tardó en enterarse de que el primer día de invierno conmocionaba el estado de ánimo de sus alumnos. Por mucho que tratara de ponernos a prueba en aritmética, todos teníamos en mente una única ecuación: la primera nevada equivalía a la primera guerra de bolas de nieve, divididos en dos bandos. Sin perder su elegancia, finalmente se dio por vencido, nos dejó salir al recreo varios minutos más temprano y se quitó de en medio antes de que lo arrollara la estampida de niños en busca de abrigos, mitones y botas. "



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