Leña húmeda (fragmento)Ana María de Cagigal
Leña húmeda (fragmento)

"La noche anterior había caído una fuerte nevada. Las calles de la población ofrecían un aspecto desacostumbrado en los pueblos del norte, con los tejados encapuchados de blanco y los estanques helados. En las calles había una cuarta de nieve y, los chiquillos, regocijados con la novedad, correteaban por los jardines públicos tirándose bolas de nieve unos a otros.
A Alica la dio la sensación de estar despidiéndose de una ciudad desconocida. Esto aminoró su pesar.
La estación estaba llena de una niebla espesa y fría que hacía ahumar la respiración de los maleteros y ferroviarios que andaban a aquella hora repasando los muelles de los coches, machacándolos con un martillo.
El aire era cortante; apenas si las manos podían sujetar las maletas. El peso de éstas hería los dedos, que estaban ateridos. Las cumbres de las montañas tenían un celaje gris que auguraba la persistencia del temporal de nieve.
Alica creyó ver en ello un mal presagio, un presagio triste. En su tierra nunca nevaba.
Y aunque aquel viaje lo emprendía con ánimo firme y con firme resolución, a la hora de subir al tren no pudo evitar la amargura de aquella marcha inesperada.
[...]
No cedió; tras la paciencia y sosiego que había adquirido en contacto con tanta aspereza, Alica seguía siendo la Alica rebelde y huraña que comía manzanas en el desván de la finca, que se escapaba a mirar el río y que, más tarde, al enfrentarse con la vida, no aceptó lo que ésta quería darla en la rutina de sus costumbres. Seguía siendo la misma. No quería vivir apoyada de los suyos.
En lo único que se mostró blanda fue en la parte material de la despedida. "



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