La cuerda rota (fragmento)Pablo Antoñana
La cuerda rota (fragmento)

"Son tres días esperando dentro de la jaula. El cazador no viene, pero vendrá, yo lo sé. Yo te digo, Carvalho, no quiero comer más hierba. No soy un caballo. Huelo la muerte; está cerca. A vosotros os da miedo, bah, no es nada, un segundo, menos, mucho menos todavía, sólo dura un momento la cosa. Se piensa en las mariposas, y zas, todo ha pasado ya. Allá, en el otro lado, hay muchos como nosotros, cientos y cientos. Querían ser algo y se quedaron en nada.
Ese cazador que nos tiene en la trampa vendrá a dar una vuelta y nos ha de ver dentro. Todo ha concluido. Anda, Carvalho, dinos qué hacemos aquí. ¿No lo sabes? No hacemos nada. Ese hombre no ha venido ni ha de venir jamás.
Do Pereiro estaba resignado. Juscelino no tenía sueños. Le corrían las tripas, oscuras aguas, manantiales subterráneos. «Es de no comer; las tripas se secan». Oía el ruido monótono y triste de la respiración del viejo. Trotes de caballos cabalgando en un país remoto. Estaba seguro de escuchar los gritos de los jinetes, inarticulados, rotos. Las voces cesaban polvorientas y perdidas, volvían los estruendos de las herraduras y de las fustas que golpeaban las grupas. Los perros caminaban detrás. Una cacería. Los rostros visibles de los jinetes, como medallas o camafeos y broches de plata con efigies cinceladas que las mujeres siempre llevaban en el pecho. Rostros hermosos y brillantes que no habían sufrido hambre ni sed, ni humillaciones, ni injusticias. Rostros colgados en la memoria, cada uno en su sitio. «Don Manoel Dos Reis: terrateniente». Lo vio en su casa beber un vaso de vino. Otro vaso y otro. «Tristan Canha: comerciante en vinos olorosos. O Porto. Exportador con el número 27.365». También lo vio en su casa muchas veces, con el copetín y el vaso, y los ojos dormidos y lejanos. «Santos Ferreira…». ¿Qué era Santos Ferreira? Las tierras y los ríos que las cosían con sus hilos azules, las liebres perseguidas entre las encinas, a caballo, a pie, con los mil perros, eran de aquellos hombres silenciosos, repugnantes, que venían noche tras noche a su casa.
Ellos no venían por su pie. No venían. Se oía primero la voz del padre que los traía, sus pisadas, las palabras gordas, pegajosas, que siseaban como los vientos en las grietas de las puertas, en los tejados ruinosos de las casas. Los hombres llevaban corbatas y pajaritas de ojos, grandes bigotes negros, los ojos como abalorios; y los anillos que eran de oro y las piedras de colores, como cristales teñidos, que no se cansaba nunca Juscelino de mirar. Porque eran mismamente como los ojos de los pájaros, de un color que no existía. "



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