El camino de ida (fragmento)Ricardo Piglia
El camino de ida (fragmento)

"El semestre estaba muy avanzado y los estudiantes ya exponían los temas de su trabajo final. Con una intuición que después aprendí a valorar y a considerar casi mágica, Raquel desarrolló una hipótesis sobre los vagabundos en Hudson. Había muchos, el más notorio, el Ermitaño, un jinete medio loco que andaba por el campo hablando solo y mendigando.
Hudson admiraba esa vida libre, que era una muestra de desprecio a la utilidad y al dinero. Los gauchos y los indios en los libros de Hudson pertenecen a esa categoría, pero los linyeras o los crotos —como se los llamaba en el campo— expresaban esos valores todavía con más nitidez. Algo de eso había en Tolstoi, dijo Rachel, y en los stárets rusos que vagaban por la llanura como pordioseros. Siempre habían existido los mendigos, dijo después. Están en la Biblia. Los Salmos son en su mayoría cánticos de mendigos que hacían oír sus letanías. Y en la Odisea Ulises —disfrazado de vagabundo para no ser reconocido— es obligado a combatir con Iro, un mendigo que ronda las puertas del palacio, en Ítaca.
Los vagabundos y los mendigos han visto pasar, sentados en el borde del camino, siglos de historia frente a ellos: los imperios caen, se suceden las guerras, cambian las formas políticas y los sistemas económicos, pero siempre hay alguien que mendiga y vaga por las calles envuelto en trapos. Rachel, hija de un empresario de Cincinatti, que había ido a los mejores colegios, citaba a Simone Weil y valoraba un modo de vida ligado a la pobreza y a la solidaridad.
Al salir de la clase, bajé con los estudiantes y los despedí en la salida del campus. En un costado, como siempre a esa hora, estaba Orión descansando bajo los árboles en uno de los bancos que bordeaban la calle. Parecía la representación de lo que habíamos discutido en clase, pero ya nadie lo veía. Como le gustaba decir a Orión, ¿Quién iba a querer mirar lo que yo soy? Un punto negro en la arena. Acercarse sí, decía, para saber de qué se trataba, pero al ver que el objeto vivía, aislado y andrajoso, le daban la espalda. Era el sobreviviente de un naufragio devuelto a la orilla por la tempestad. Hablaba todo el tiempo con metáforas, como si vivir en la calle afectara el lenguaje y lo llevara hacia la alegoría. Recostado en el banco con la cara en la mano y el cuerpo apoyado en un codo, escuchaba la radio. No daba crédito a sus oídos. ¿Había comprendido bien? The New York Times había recibido una carta del grupo anarquista que firmaba Freedom Club. El nombre correspondía a las iniciales FC que aparecían en las chapitas de metal que estaban en las bombas. ¿Quién no quiere hacer volar el mundo?, dijo Orión, mientras manipulaba la radio. "



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