La muñeca (fragmento)Ismaíl Kadaré
La muñeca (fragmento)

"La ternura, con mayor fuerza que otras veces, me atravesó como una daga. Y con ella el pensamiento de que, en adelante, sería precisamente yo el causante de la angustia más colosal y a la vez más trivial de mi madre: el miedo a la negación. Que fuera la más trivial no impedía en absoluto que fuera también la más inmisericorde.
¿Cómo explicarle que no existía la menor pizca de verdad en su miedo? Y que suponiendo que existieran jóvenes que estuvieran pensando en sustituir a sus propias madres por progenitoras de alto copete, de esas con abrigos de piel que, como en las películas, tocan el piano en sus horas melancólicas y guardan cartas misteriosas y otros secretos (los enigmáticos sábados de la señora Kadaré, por ejemplo), todo ello no serían más que fugaces fantasías, que, además, en nuestro reino literario no llevaban a ninguna parte porque entre nosotros regían otras pautas y modelos.
Sabía que era una explicación imposible. Y aún más imposible resultaba aclararle que no solo no me sentía limitado por sus carencias, sino que en ocasiones, y sobre todo con el paso de los años, aquellas mismas carencias las tomaría por superioridad. En todo momento he querido creer que tal vez fuera precisamente allí, en aquella errónea percepción de la fisonomía del mundo, en aquella inexactitud y forma de recular de la razón, en una palabra, en la tozudez de la infancia para no darse por vencida, donde tal vez se oculte el origen de aquello que se denomina el don de la escritura.
Puede que más que como hijo de una madre, yo me sintiera como el retoño de una muchacha de diecisiete años, cuyo crecimiento había quedado interrumpido.
No era fácil acostumbrarse a la idea, mucho menos cuando yo mismo estaba haciéndome mayor y acercándome a su edad, al decimoséptimo aniversario, al tiempo que ella se enrocaba en él. Más tarde lo increíble proseguía, yo iba hacia la veintena y, después, hasta llegué a duplicar su edad, mientras ella permanecía obstinadamente en el mismo sitio.
El tiempo del revés arrastraba consigo otras complicaciones. En ocasiones me parecía que lo que dicen que se mama con la leche materna yo lo había mamado de otra clase de leche, bastante diferente, la de muñeca. Los disparates que ahora me resultan tan hermosos, los razonamientos a la inversa, todo cuanto si se pierde ya no se vuelve a recuperar sigue semicoagulado en mi memoria.
La corrección de tales desatinos debía ser por tu bien. Pero en realidad te anulaba.
Entretanto, junto con los dislates y precisamente para ponerlos a buen recaudo, de ese mismo pecho de muñeca había mamado la sensación que he mencionado antes, una especie de pavor frío, de yeso. Siendo como era, inhumano, me acabaría protegiendo, por lo visto, del horror de la humanidad. "



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