Libro de Caín (fragmento)Victoriano Crémer
Libro de Caín (fragmento)

"Cuando el hombre abandona estos poderosos alientos de la tierra; cuando sus ojos se cierran a la luz y la piel ha perdido sus antenas finísimas, entonces es cuando ha muerto; aunque siga en pie, como los viejos olmos rajados por el rayo; aunque siga andando y diga palabras y luche por el pan de cada día...
(—Somos como muertos antiguos, condenados a caminar sin reposo —pensaba Adán—. Pagamos las culpas de quienes nos engendraron y las de nuestros hijos, y las de los hijos de nuestros hijos. Y para que esta expiación sea total, los seres y las cosas que nos rodean tienen que ser como son: hoscos, enemigos, por los siglos de los siglos… ¿Quiénes éramos nosotros para esquivar la voluntad del Amo?… ¿Quiénes para contrariar su deseo? Él quería a Caín; y sus ovejas negras le estaban destinadas como presente de bodas…)
Aquellos cuatro seres, separados entre sí, ponían en el estéril paisaje sus cuatro sombras alargadas. Caminaban despacio, en silencio; dejando escapar de vez en cuando un alentar cansado, pero tirando con desesperación de sus sombras, que, como pesados fardos, arrastraban por el camino.
Estaban solos, espantosamente solos en medio de la grandeza del campo. Estaban solos porque no les era dado sentir la frescura mansa del aire, ni ver cómo la luz maduraba apresuradamente.
Tenía el paisaje la pura belleza de lo improvisado y, a la vez, definitivo. Cárdeno y rosa, el horizonte se ceñía a la redondez del mundo, y por entre nubes rotas asomaba la amarilla claridad del sol, haciéndose aún. La tierra era larga y honda a la vez, como un viejo tambor; sin una colina, sin un árbol, sin un matojo siquiera que rompiera la magnífica y cruel monotonía. Tierra para andar, para mirar a lo lejos, para morir de pechos a ella o tumbados cara a las estrellas desnudas, como sobre el mar. En todo lo que la mirada alcanzaba, ni un signo de vida vegetal o humana; ni un ser vivo moviéndose, alzándose a lo alto o doblado sobre el anchísimo y silencioso haz.
Sólo aquí, en esta inmensidad sin dueño, el hombre siente su infinita pequeñez; porque el mar grita, se agiganta y tira del náufrago desde su hondura; el mar no acalla nunca su voz ni despega su ancha mano voraz, como la montaña no resigna su potente puño… Sólo esta tierra silenciosa, solemne, impenetrable, deja que el hombre se deshaga andando, andando, andando sin descanso ni término. "



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