Lo real (fragmento)Belén Gopegui
Lo real (fragmento)

"A las siete, cuando Edmundo entró en el cuarto después de dormir un par de horas y darse una ducha, su padre ya había muerto.
Su madre estaba sentada con la espalda muy recta. Edmundo puso una silla a su lado y acarició la cara de su madre apenas unos segundos. Después permaneció a su lado, sin hacer alarde de la pérdida. La esposa perdía al esposo, el hijo perdía al padre y ambos estaban allí, en el albor del día como niños extraviados en un gran almacén. El afecto que aquel hombre pudiera haberles inspirado les sobrevendría más tarde, estando solos, al abrir una puerta o cortar un solomillo.
Ahora empezaban a notar que aquel que fuera el guía sin haberlo buscado, ya nunca, ya desde parte alguna, indicaría si el camino iba derecho, el norte de los mapas, la línea que separa la vergüenza del éxito, la raya que, al cruzarse, nos lleva del fracaso al honor.
Los muertos, los fantasmas no sujetan nuestro brazo ni lo llevan a la espada, tan sólo en la explanada en donde hacemos la guardia una voz imaginaria a veces nos incita, pero incitar es poco. La mañana anterior, Edmundo se quedó un rato solo con su padre; primero le había preguntado si quería agua; su padre dijo que no, quiso saber a qué hora iba a llegar el médico; a las diez, había contestado Edmundo; su padre dijo que tenía sueño y ésa había sido su última conversación. Las promesas que pudieron haberse hecho dejaron para siempre de existir. Y Edmundo, perdido frente a ese rostro muerto, comprendía que ya no iba a vengarse nunca de los enemigos de su padre y que eso significaba que tampoco se vengaría de los agravios cometidos contra él mismo. Mas no sería la suya una venganza sin destinatario fijo, como esos perturbados que matan a dieciséis personas al azar. La venganza de Edmundo contemplaría las uñas pintadas de su madre, uñas color de labio, y el recuerdo de sus pendientes, dos perlas incrustadas en plata, dos banderas estériles a las siete de la mañana. Contemplaría también a los que entienden de duros y a los que, sin entender, aceptan como algo natural que unos cuerpos sean como minas, y cada día durante años se extrae el mineral, y queda luego la mina ya explotada que deja de existir. Su venganza contemplaría la inútil libertad de someterse, la única que conocía. "



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