El señorito Octavio (fragmento)Armando Palacio Valdés
El señorito Octavio (fragmento)

"Para comprender bien qué casta de pensamientos alteraban y embebecían al joven durante sus paseos nocturnos, son necesarios algunos antecedentes sobre su educación, temperamento y aficiones. El padre del héroe, D. Baltasar Rodríguez, era hombre que poseía inteligencia clara, ilustración, si no muy extensa, bastante sólida, y sobre todo una sensibilidad exquisita que procuraba ocultar cuidadosamente debajo de un exterior frío y hasta severo. Ésta era la parte flaca, pensaba él, de su carácter, y la combatía y la refrenaba sin tregua en todos los momentos de la vida sin lograr resultados satisfactorios. D. Baltasar no aceptaba su excelente corazón como un beneficio de la Providencia, sino como carga pesadísima que le había molestado durante su carrera, estorbándole en el logro de todos sus propósitos. «Si yo hubiese tenido arranque para dejar a mi mujer y a mi chiquitín y partir para Cuba, cuando en 1854 me ofrecieron la plaza de secretario del Banco de la Habana—solía decir a sus amigos íntimos, a estas horas otra sería mi fortuna. Si me hubiera aprovechado, como D. Marcelino, de la ruina de la casa de Argüelles, esa vega que usted ve ahí, señor juez, sería mía. Si tuviese valor para arrojar de la casería a Modesto Fernández, que hace ocho años que no me paga renta alguna, podría agregar todas esas tierras a la posesión y ésta doblaría de valor... Pero ¡si no puede ser! —concluía siempre en tono desesperado. —¡Si los hombres como yo debieran estarse quietos en su casa y no meterse en dibujos! Cuando alguno por consolarle le decía: «Después de todo, D. Baltasar, es mucho mejor tener la conciencia tranquila como usted, que no manchada como los otros», se volvía airadamente exclamando: «¿Y qué es la conciencia? Yo no creo en la conciencia. Veo que D. Agapito de las Regueras, después de haberse comido la fortuna de los hijos de su hermano, vive tan tranquilo y es más feliz que yo. Veo que D. Marcelino goza de su riqueza con la serenidad de un arcángel y no sueña que hay seres que derraman lágrimas por su causa... ¡La conciencia, la conciencia! La conciencia es una cosa que sirve sólo para molestar a los hombres honrados». No dejaba de ofrecer ribetes de cómico el deseo ardiente que D. Baltasar tenía de ser un hombre inmoral y perverso. "


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