El hotel de Mrs. Palfrey (fragmento)Elizabeth Taylor
El hotel de Mrs. Palfrey (fragmento)

"Mrs. Palfrey inclinó la cabeza pero no se podía concentrar, con Mr. Osmond rondando por ahí. Escribió un poco más, alabó el tiempo, mandó cariñosos saludos a Ian, y acabó así: «Tu madre que te quiere.»
Mientras escribía la dirección en el sobre, Mr. Osmond la observaba inquieto, esperando que no empezara otra carta. Pero no, Mrs. Palfrey le puso el sello y se levantó. Iría a echarla al buzón después del té, dijo divertida por la impaciencia de él. En cuanto la puerta se hubo cerrado tras Mrs. Palfrey, Mr. Osmond se precipitó hacia el escritorio y abrió el cajón. Estaba vacío, sólo quedaba un viejo papel secante. Cerró el cajón de un golpe, sintiéndose humillado, y salió encaminándose a la recepción, con el «Muy señor mío» hirviendo en su mente, el comienzo de su carta ya medio elaborado: una airada queja al director general de correos sobre los retrasos en el reparto, con ejemplos y fechas. El recepcionista, siguiendo las instrucciones del director, le dio una hoja de papel y un sobre, que sacó lentamente del armario donde se guardaban los objetos de escritorio, y después hizo girar la llave con firmeza.
Mrs. Palfrey, tras echar la carta, siguió paseando un poco por las calles polvorientas, a causa del verano, alejándose del tráfico de la hora punta. Su vida en el Claremont era mucho más soportable con ese tiempo cálido. Era más fácil tener ocupadas las horas. Casi tenía un sentimiento de libertad. Pero esa tarde, la partida de Mrs. Arbuthnot había arrojado una sombra. Mrs. Palfrey no podía evitar pensar en su propia situación, imaginarse a sí misma inmóvil en una residencia de categoría inferior. Debía seguir adelante, pensó como pensaba con frecuencia. Durante años cada día se había aprendido de memoria algunas líneas de poesía para mantener su mente en forma, para vencer el olvido amenazante. Ahora decidió ejercitar sus miembros para evitar una inutilidad semejante. Aunque cansada, continuó rebasando el punto en que habitualmente daba la vuelta, y decidió que bajaría hasta la calle de Ludo y completaría así su gira. 
El mundo es demasiado cruel; tarde y de pronto.
Adquiriendo y gastando, echamos a perder nuestras fuerzas. 
Movía los labios suavemente mientras intentaba recordar sus líneas del día. Mañana las habría olvidado. Sólo la poesía aprendida de memoria durante la infancia le quedaba en la memoria.
Poco vemos en la naturaleza que nos pertenezca; se atascó después de la tercera línea. Esto es lo que le sucedía actualmente. "



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