Pasajero K (fragmento)Adolfo García Ortega
Pasajero K (fragmento)

"Lo dije delante de la cámara. Me había pasado unas horas pensando en ello (más los días que habían transcurrido desde que el doctor Sinopoulos me puso contra las cuerdas) antes de soltarlo en un primer plano frente al objetivo de K. Lo extraño fue que, al verlo al otro lado de la cámara, entendí de pronto su juego de tickets fotografiados fuera de contexto, porque ahora él era para mí como uno de sus tickets fuera de contexto, cuyo fondo eran los establos de una granja donde jamás en mi vida habría podido imaginar la escena en la que yo le contaba que estaba embarazada a la cámara de un hombre sin nombre fijo. Había sacado a K. de mi propia cajita de Europa, un tren.
Pero, al pronunciar esas palabras, enseguida entendí que había llegado el momento de enfrentarme a Frédéric con las nuevas noticias. La buena tan solo. Porque no iba a decirle que ahora mis metas y preocupaciones se ceñían a tres, a saber: una, averiguar la verdad sobre el escándalo de ciento cincuenta mujeres musulmanas dejadas matar salvajemente ante la indiferencia de las fuerzas de la ONU; dos, que mi embarazo no naufragase en una hemorragia; y tres, para más inri, tratar de sobrevivir a la amenaza de dos individuos, seguro que del Este, pisándome los talones. No podía asustarlo así. Le dije únicamente lo que le concernía a él, a su estirpe: lo del niño.
Se lo dije por sorpresa. Y también que mañana me iba.
Frédéric, salpicado de barro hasta la camisa, no podía dar crédito a sus oídos. Lo embargó la alegría. ¡Sidou, Sidou, mi Sidou! Decía mi nombre una y otra vez. Me miraba y reía. Y me besaba. Luego me abrazó largo rato, mejilla con mejilla. Notaba el calor de su cuerpo y sabía que me estaba manchando con el barro que llevaba. No me importaba. Me preguntó al oído si estaba bien, si necesitaba algo, lo que fuese. No, papá, no lo necesito. Lo llamé papá por primera vez en muchos años. Mis labios dijeron papá. Noté su emoción cuando se apartó hacia los establos con la excusa de buscar a Madi. Ahora vuelvo. Le temblaba la voz. No se atrevió a preguntarme quién era el padre. Nada de conclusiones erróneas.
¿Por qué, al ver alejarse a Frédéric, pensé en mi madre como nunca hasta entonces lo había hecho? Tal vez porque pensé en ella solo como mujer y no como madre. Una mujer como yo. Entonces necesité verla, decirle, contarle. Una explosión de vitalidad, un estallido de inmensa alegría me invadió en ese momento. Brotaba el entusiasmo en mí igual que las flores de Charlotte brotarían dentro de poco tiempo, poblando su huerto-jardín-reducto de una insuperable exuberancia. Se conjuntaron a la vez todos los hechos: la decisión de mi madre de no abortar, mi decisión de no hacerlo, el abrazo de Frédéric, la comprensión de la huida de mamá, la comprensión de las fotos de K., el aire del campo, la promesa en mi vientre. ¿Puede que fuera aquel, quizá, el instante más feliz de toda mi vida? "



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