El martirio del obeso (fragmento)Henri Béraud
El martirio del obeso (fragmento)

"Los pueblos se parecen sobre todo por sus bromas. Puedo hablar de ello con conocimiento de causa. Sé, amigo mío, cómo se burlan de la obesidad en todas las lenguas. Un panzudo sólo puede ser risible y no hay, en toda la tierra, un sólo país que no haya encontrado un apodo para colgárnoslo a la altura del ombligo. En Inglaterra dicen Big Ben, en Alemania: fettleibig, en Holanda: dickvent. El italiano nos llama pingue o boceóle, el portugués: baricca, el español: barrigudo, el árabe: takr'binn, el ruso: tolstopouzei, el húngaro: protrobos, el turco: buyuk quarinlu, el chino: pang-jen. En latín —sí, caballero, se burlaron de mí en latín, los fámulos eclesiásticos del Vaticano, en las antecámaras de la Curia, a las que me había llevado ya no sé qué capricho de mi amiga—, en latín se dice venter obesus.
¡Ah, qué frases me lanzaban encima aquellos pillastres! Yo rabiaba. Afortunadamente, el marido llegaba siempre a tiempo. Hacíamos nuestras maletas, y en marcha. Había en nuestro itinerario algo de enloquecido. Pasábamos, por ejemplo, la primavera en los países soleados y buscábamos en otra parte fríos inicios de estío; eso nos hacía vivir a contrapelo de la gente y las estaciones; confundía ya el empleo del sombrero de paja y el abrigo. Me plantaba con mi sombrilla bajo auténticos diluvios o el sol convertía mi impermeable en una cosa hedionda y viscosa; mientras los naturales del país se protegían de las insolaciones, yo pasaba el tiempo estornudando y viceversa.
Con todo ello, en mi espíritu se atropellaban las impresiones. Pienso en nuestro primer viaje, del que le hablé ya la tarde en que le confié mi aventura... Ya sabe el viaje a Oriente... ¡Ah, Oriente, caballero, un puñado de confetti que se recibe en los ojos cuando ni siquiera se ha desembarcado y la chalupa de remeros tocados con turbantes danza todavía sobre el mar! ¡Un puñado, dos puñados de confetti! El primero arriba, en el sol, en las piedras del muelle, donde se debaten los mil brazos desnudos y asados de los árabes en un revoltijo de feces, chilabas y babuchas. El segundo lo recibís abajo, en las salpicaduras del rompeolas, en esa agua hirviente donde se dispersan brasas rosadas, doradas escamas, fragmentos de pizarra y pedazos de cielo. Si mi aversión por los viajes desapareciera algún día, sería en recuerdo de ese país. "



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