La historia de Urashima (fragmento)Osamu Dazai
La historia de Urashima (fragmento)

"Urashima tenía la voz algo tomada por el nerviosismo, le temblaban las piernas y subía por la escalera a trompicones. Por fin, llegó a un salón tan amplio como si hubieran dispuesto en el suelo una infinidad de esteras de tatami. O más que un salón, quizá fuera más propio llamarlo un jardín. Bañado en una luz verdosa de origen impreciso como si estuvieran en medio de un bosque, la extensión parecía envuelta en una neblina, pero ante sí se extendía como una alfombra formada por las mismas bolitas similares al granizo, sobre las que, de cuando en cuando, destacaban algunas rocas dispuestas de manera asimétrica. Y nada más. Por supuesto que no había techo, ni una sola columna, y el lugar ofrecía más bien el desolado aspecto de una plaza en ruinas. Si se fijaba uno bien, entre los resquicios que dejaban las bolitas, asomaban unas diminutas flores de color morado, pero ello aumentaba, si cabe, la impresión de tristeza del lugar. Desde luego que podía hablarse de la serenidad llevada a su extremo, pero resultaba admirable que alguien pudiera vivir en un lugar como este. Urashima no pudo sino soltar un suspiro de sorpresa y, de nuevo, mirar con disimulo el rostro de la princesa.
La princesa, sin decir una palabra, se giró de espaldas y comenzó a andar. Entonces Urashima se fijó por primera vez en que, a espaldas de la princesa, se arremolinaba una cantidad incontable de pececillos dorados más pequeños que los medaka, que nadaban ondulando, y según caminaba ella, iban moviéndose detrás, de manera que parecía que iba envuelta en una cascada dorada, lo cual hizo sentir a Urashima que la princesa, sin duda, poseía una elevada presencia que no pertenecía a este mundo.
La princesa caminaba con los pies desnudos y su sutil vestido formaba ondulaciones; sin embargo, fijándose bien, esos pies blanquiazules no pisaban las bolitas que formaban el suelo. Había un pequeño espacio entre las plantas de sus pies y el entramado de bolitas. Incluso pudiera ser que esas plantas no hubiesen pisado nunca cosa alguna. A pesar de que, sin duda, sus pies blandos y bellos eran como los de un recién nacido y que su cuerpo no llevaba maquillaje ni ornamento alguno, no cabía sino reconocer la auténtica elegancia, modesta y refinada a la vez. «Hice bien en venir al Palacio del Dragón», pensó Urashima mientras daba las gracias en su fuero interno a esta aventura, y seguía embobado a la princesa. "



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