El discípulo del filósofo (fragmento)Iris Murdoch
El discípulo del filósofo (fragmento)

"El padre Bernard, al salir corriendo de su casa, había cogido un ejemplar de Dante, y ahora lo abrió, con cuidado, por un pasaje que conocía bien, en el tercer Canto del Inferno. «Per me si va nella città dolente, per me si va nelvetemo dolore, per me si va tra la perduta gente…». Hasta que no hubo abierto el libro, no se dio cuenta, con un extraño sobresalto, incluso con un poco de miedo, que el pasaje que había elegido contenía las terribles palabras que había pronunciado John Robert para condenar a George McCaffrey; una condena que ahora parecía muy importante y definitiva, y contra la que tenía que haber protestado en el momento (de esto se había dado cuenta entonces el padre Bernard, y se daba cuenta ahora más agudamente). Le dijo a Hattie que leyera las cincuenta primeras líneas del Canto en italiano, lo que hizo muy dispuesta y con una expresión que revelaba su comprensión. Luego pasó a hacer una traducción exacta aunque a veces vacilante. Dante y Virgilio habían pasado la puerta del infierno, pero aún no habían cruzado Acheron. En esta tierra de nadie, rechazados por el cielo y por el infierno, Dante ve por primera vez la gente atormentada y se aterroriza debidamente. (Iba a ver cosas peores, ¿se acostumbró a ello?). «¿Quiénes son aquellas personas transidas de dolor?». Virgilio responde que «ésa es la situación miserable de las almas desdichadas que han vivido sin pena ni gloria. Con ellos están los ángeles malignos que no son ni rebeldes ni leales hacia Dios, pero lo fueron para sí mismos». «Señor, ¿por qué gritan de esa forma tan horrible?». «No pueden esperar la muerte, y su vida oscura es tan indeseable que envidian la de los otros. La piedad y la justicia los desprecian. Non ragioniam di lor, ma guarda e passa. No hablemos de ellos. Limítate a mirar y a pasar de largo». Qué terrible, pensó el padre Bernard, que este juicio feroz y esas palabras hubieran acudido espontáneamente a la mente de John Robert cuando el padre Bernard quería hablarle de George; y el sacerdote sintió súbitamente rabia, casi odio hacia el filósofo, que se mezclaba con las exaltadas emociones que hacían sentir las terribles palabras del gran poeta. "


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