El accidente (fragmento)Mihail Sebastian
El accidente (fragmento)

"Oyó a Nora gritando a sus espaldas. No tuvo tiempo de contestarle ni de recobrar el aliento. Ante sí tenía varios metros de descenso directo tras los cuales venía, amenazador, un nuevo viraje, esta vez a la derecha.
El giro fue menos lento y los movimientos menos individualizados que en el otro. Sintió que tomaba la curva a demasiada velocidad. «No perdamos la cabeza», dijo para sus adentros. Apretó los puños decidido a resistir. Dejó caer todo su peso sobre ambos esquíes y abrió más la cuña.
La curva siguiente la tomó con toda la resistencia de que era capaz. Los brazos, las rodillas y los tobillos se tensaron para evitar el patinazo.
Los esquíes redujeron un momento la velocidad, exactamente a mitad del viraje, como si se hubiesen quedado parados una fracción de segundo para luego arrancar y, ya libres, seguir adelante.
La velocidad iba en aumento. Paul abrió aún más la cuña. Las puntas de los esquíes casi se tocaban y las colas se separaban la una de la otra hasta casi abarcar toda la latitud del sendero. Sin embargo, sentía el viento azotándole el rostro cada vez más fuerte. No entendía lo que estaba sucediendo. La cuña ya no le ayudaba nada en absoluto. Era como un freno averiado que no transmitía ya las órdenes. Los virajes se volvían cada vez más frecuentes y más rápidos. Ahora giraba haciendo una especie de contorsión automática. Paul se sentía desplazado tanto a derecha como a izquierda. En cada nuevo viraje, tenía la impresión de ir a estrellarse contra el parapeto de nieve al borde del sendero pero, en el último momento, una inesperada fuerza lo arrastraba a la parte opuesta y volvía a ponerlo sobre los esquíes.
No pensaba en nada. Todo su ser era un torbellino del que solo se elevaba, como un grito, la voluntad de permanecer en pie.
De pronto se le puso delante, a una distancia que no podía apreciar (¿muy lejos? ¿Muy cerca?), una rama de abeto que le obstaculizaba el paso. Se encogió sobre los esquíes, cerró los ojos y siguió adelante, sin darse cuenta en ese momento de si se había golpeado o no, si se había caído o no.
Los esquíes se lanzaban ahora (se diría que ellos solos, sin el control de él) a un nuevo giro que lo proyectó a la derecha pero, de milagro, la pista salió en ese momento del bosque y se ensanchó en medio de una gran extensión blanca. No comprendía lo que estaba pasando. Tenía la sensación de ir volando por una superficie plana. El viento, que hasta entonces le había azotado violentamente el rostro, parecía amainar. Los esquíes ya no cortaban la nieve con el canto, sino que se posaban, como flotando, con toda la plancha en el suelo.
Una vez más, Paul intentó recuperar los movimientos perdidos. Ante su estupor, los esquíes lo obedecieron. La cuña se abrió con facilidad y, en un último giro a la derecha, los dos esquíes se detuvieron el uno junto al otro, dóciles. "



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