Lluvia negra (fragmento)Masuji Ibuse
Lluvia negra (fragmento)

"Aquí, los gritos de dolor eran muchos más que los de pánico y rabia. Con los ojos cerrados y mi cuerpo apretujado en un tumulto de cuerpos, di un paso y después otro más hacia delante hasta chocar de nuevo contra un objeto sólido. Al darme cuenta de que era una columna, me agarré a ella sin saber bien lo que hacía. Incluso abrazado a ella con fuerza, la turba me zarandeaba y estrujaba sin piedad, empujándome primero hacia un lado, luego hacia el otro y provocando que, en varias ocasiones, estuviese casi a punto de soltarme. Cada vez que mis brazos eran aplastados, mi cuerpo y mi barbilla se aferraban nuevamente a la columna hasta que parecía que se me iban a desencajar los hombros a causa del dolor. Sabía que lo único que tenía que hacer era dejarme llevar por la oleada de gente, pero cuanto más fuerte sentía los golpes que me propinaban, con más fuerza me agarraba a la columna para no ser arrastrado. La primera idea que me vino a la cabeza era que el B-29 había arrojado una bomba venenosa que causaba la ceguera, y que el blanco principal de esta había sido el tren de pasajeros.
Finalmente, se calmaron un poco las cosas a mi alrededor y, con lentitud y desconfianza, fui abriendo los ojos. Todo lo que quedaba dentro de mi radio de visión había quedado oscurecido por una bruma pardusca, y un polvo blanquecino y terroso caía del cielo. En el andén no se veía ni un alma. A pesar del estrépito que se había armado hacía un momento, dentro de la estación no se veía ni un solo funcionario de la compañía ferroviaria. Debí quedarme abrazado a la columna con los ojos cerrados durante mucho más tiempo del que tengo noción.
Docenas de cables eléctricos habían quedado colgando encima de la columna. Se me ocurrió que eran muy peligrosos, así que recogí uno de los muchos pedazos de tablón que estaban tirados por los suelos y traté de agrupar los cables que estaban sueltos sin provocar ningún cortocircuito. Aun así, procuré evitar los lugares donde había cables cruzados, apartándolos con un trozo de madera, hasta lograr salir de la estación saltando una valla protectora hecha con viejas traviesas de ferrocarril. Me quedé impresionado al ver que casi todas las casas de la estación estaban destruidas, y que el suelo había quedado sepultado bajo un ondulante mar de tejas. Unas pocas casas más allá de la estación, una joven que debía rondar la edad de casarse rebuscaba entre las tejas tirando una detrás de otra, a toda prisa, con la mitad de su cuerpo enterrado entre los escombros, y sin cesar de chillar con voz estridente. Probablemente pensó que gritaba «ayuda», pero el sonido que emitía no se parecía al de la voz humana. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com