Alabardas (fragmento)José Saramago
Alabardas (fragmento)

"Después de las explicaciones recibidas cuando preguntó la localización de los años treinta, Artur Paz Semedo podría acercarse al lugar sin ayuda, pero Sesinando ya estaba preparado para guiarlo hasta Eldorado de la antigüedad noticiosa. En cincuenta pasos llegaron y Sesinando dijo, Le hemos puesto aquí una mesa para trabajar, papel para tomar notas y rotuladores de colores diferentes, si necesita algo más sólo tiene que decírmelo, son las instrucciones del jefe. Al final, el diablo no es tan fiero como lo pintan, ese antipático Arsenio que parecía dispuesto a pedirle cuentas a un imprudente consejero delegado que distribuía pases de libre tránsito a cualquier mindundi demostraba, después de todo, un espíritu de colaboración nada habitual en una empresa que se caracterizaba profesionalmente por el sálvese quien pueda, cada uno por sí mismo y contra los otros. Lo más antiguo está en las estanterías de arriba, pero creo que no le interesará, en cualquier caso aquí tiene una escalera de mano, hay que tener cuidado con el tercer peldaño, no está muy firme, avisó Sesinando. Gracias, dijo Artur Paz Semedo, los años que más me interesan son los últimos del decenio. La última palabra fue saboreada como un caramelo predilecto, aunque infrecuente, hay palabras así, objetivamente útiles por lo que significan, pero pretenciosas en el discurso corriente, hasta el punto de provocar con frecuencia el comentario irónico de quien las escucha, Qué fino habla este tipo. Fino no está hablando ahora Artur Paz Semedo, más bien es un susurro inaudible a tres pasos, que sólo una avanzadísima tecnología hará llegar hasta el oído de Felícia. Estoy en el archivo, dijo él, y ella, desde lejos, Habla más alto, parece que estás en el fondo de un túmulo. No sabía cuánta razón tenía, aquellas estanterías, curvadas por el peso de los papeles, estaban cargadas de muertos que tal vez hubiera sido preferible dejar entregados al sueño eterno en vez de arrancarlos de la oscuridad y de la impotencia resignada en que permanecían desde hacía casi un siglo. La prudencia manda que el pasado sólo se toque con pinzas, e, incluso así, desinfectadas, para evitar contagios. Tras dos desesperantes minutos de incomprensión mutua, Artur Paz Semedo consiguió hacerle llegar a Felícia la información de que ya se encontraba en el archivo y se disponía a iniciar su trabajo de investigador. Entre medias palabras, acabaron concertando que cenarían juntos uno de aquellos días, Quiero saber cómo conseguiste meter esa lanza en áfrica, dijo ella, Soy merecedor de confianza, respondió él y colgó. "


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