La intrusa. Retrato íntimo de Gala Dalí (fragmento)Monika Zgustova
La intrusa. Retrato íntimo de Gala Dalí (fragmento)

"Gala y Cécile subieron al tren en Perpiñán con el billete para París. La mujer y la niña observaban los paisajes ondulados con sus viñas, ríos, pueblos medievales pintorescamente situados en lo alto de las montañas y, en el horizonte, desdibujadas, las rocas montañosas; paulatinamente el campo se iba hundiendo en las tinieblas. Ya era de noche cuando llegaron a Toulouse.
Gala se observó en el espejo alargado de la pared: estaba bronceada de cara y de cuerpo; debajo de su falda sentía unos músculos vibrantes. Tras pasear cada día varios kilómetros, tras subir y bajar por los acantilados y los senderos de animales salvajes, tras nadar varias veces al día en el agua cristalina, turquesa, de las calas y comer tanta fruta, verdura y erizos de mar como nunca antes, su cuerpo se había vigorizado. Gala que, para encontrarse satisfecha necesitaba estar enamorada y sentirse amada, se percibía fuerte también por haber encontrado un amor nuevo. Ahora ya sabía que no se trataba de un flirteo de verano. Había captado que la Iglesia católica había arrebatado al joven Salvador una iniciativa sexual que ella, por suerte, le supo devolver. Si le había dicho a aquel muchacho débil y fuerte a la vez –como, de hecho, lo era ella misma– que no se separarían nunca más, seguro que era verdad. Su intuición nunca le había fallado.
Al lado de la mujer que rebosaba salud estaba sentada una niña pálida y enclenque. Después de que todos los pintores, galeristas, poetas y sus mujeres habían partido para París, Gala se quedó en Cadaqués con la excusa de cuidar a la pequeña Cécile, que había enfermado de una fiebre paratifoide. Pronto descubrió que no tenía paciencia para pasarse días enteros al lado de la cama de la enferma y dejaba a su hija al cuidado de las camareras del hotel. De la habitación de Cécile se iba directamente a la cita que había concertado con el pintor que ya la esperaba para salir de excursión, naturalmente con picnic y baños de mar. Poco a poco Gala se iba dando cuenta de que no solo el joven sucumbía bajo su hechizo, sino que también ella se sentía cada día más seducida. Estaba preparada para entrar de lleno en aquella nueva relación.
Era una mujer que necesitaba entregarse de modo total y esperaba lo mismo del otro. La relación con Paul Éluard se estaba acabando, Gala era consciente de ello. Sin embargo de momento no parecía prudente quemar los puentes. Paul estaba convencido de que Gala se había distraído con una pequeña pasión de verano que acabaría diluyéndose en las lloviznas otoñales parisinas. Y ella no tenía ganas de dar más explicaciones. Estaba acostumbrada a atesorar sus emociones en su interior como si fueran alhajas que se guardan en un baúl cerrado a cal y canto.
Ella, mujer de ciudad, ahora regresaba a la casa que compartía con Paul y Cécile en la metrópolis francesa con ganas de dejarse cortar su mikado, depilarse las piernas musculosas, sumergirse en un baño caliente y perfumado y luego untar su cuerpo tostado íntegramente –Gala solía nadar desnuda– con aceites balsámicos y fragantes. Se volvería a poner sus trajes sastre y saldría al cine y al teatro... Se quedó dormida con la mano de la niña entre las suyas. "



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