El chico (fragmento)James Hanley
El chico (fragmento)

"Fearon reflexionó. «Bueno —dijo para sus adentros—, me parece bien. Pero si estuviera en mi lugar, tendría que hacer algo». Y recordó la dura vida que llevaba en su casa, la constante pobreza, el desinterés de sus padres por su bienestar. Al volver a analizar estas cuestiones, comprendió que no podría haber hecho ninguna otra cosa. Ninguna. Tenía que ser así, se dijo. Era la única forma que tenía de huir de una existencia monótona. Y a bordo de aquel barco había varios hombres, y todos habían simpatizado con él, cada uno a su manera. En efecto, le habían dicho: «Eres un tonto. ¿Por qué has hecho semejante cosa? El mar sólo es para los que se conforman con una vida de perros y nada más».
Pero en el fondo de su mente se forjaba una idea. Había algo que quería decir, y no lo diría. Sin embargo, sabía que diciéndolo podría ayudar a los hombres a comprender la única razón por la que había viajado como polizón. A ratos se sentía contento y a ratos furioso con el resultado de su decisión. ¿Qué intentaban hacer con él? Uno de los hombres le había dicho que debía estar a disposición de cualquier miembro de la tripulación. ¿Era verdad? Lo pensó bien. Tal como imaginaba su situación, debería realizar cientos de tareas, y sin embargo no recibiría ni un céntimo. Se sintió decepcionado al saber que el barco no tocaría ningún puerto del oeste, porque su idea era emigrar a América o a Canadá, y allí forjarse una nueva vida. Escribiría a sus padres. Les diría: «Bien, papá, mamá, he hecho lo que tanto deseaba. He tenido éxito. Tengo la intención de trabajar mucho y ahorrar. Finalmente os ayudaré a ambos». Todo es un sueño, pensó.
Esa noche, cuando se retiró a su litera, se quedó despierto un buen rato, dando vuelta a estos pensamientos. Y a la una de la madrugada (lo recordaba con claridad porque había sonado una campanada), el cocinero lo despertó. Le pidió y le sugirió ciertas cosas. Fearon era un chico que había crecido rodeado de los hombres más rudos del puerto y los astilleros. Se quedó quieto, escuchando las súplicas del hombre. Luego bajó de la cama de un salto, cogió un cepillo de la ropa y golpeó al cocinero en la cabeza, y finalmente huyó del camarote. Corrió hasta el del segundo oficial, aturdido y al borde de las lágrimas, y llamó a la puerta. "



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