La muerte feliz (fragmento)Albert Camus
La muerte feliz (fragmento)

"Dos o tres bocinas sonaron en el patio con tal fuerza que Mersault volvió a acercarse a la ventana. Vio entonces que en los bajos de la casa un pasadizo abovedado conducía a la calle. Era como si todas las voces de la calle, toda la vida desconocida que había del otro lado de las casas, todos los ruidos de los hombres que tienen señas, familia, rencillas con un tío suyo, preferencias en la mesa, una enfermedad crónica, el hormigueo de esos seres que tenían cada cual su personalidad, como fuertes latidos separados para siempre del corazón monstruoso del gentío, se colasen por el pasadizo y subieran trepando por el patio para estallar como pompas en la habitación de Mersault. Al notarse tan poroso, tan atento a todas las señales del mundo, Mersault sintió la honda grieta que lo abría a la vida. Encendió otro cigarrillo y se vistió febrilmente. Al abrocharse la chaqueta, el humo le escoció en los párpados. Volvió al lavabo, se secó los ojos y quiso peinarse. Pero el peine se había esfumado. El sueño le había enredado el pelo e intentó en vano atusarlo. Bajó como estaba, con el pelo en la cara y tieso por detrás. Se notaba aún más menguado. Ya en la calle, dio la vuelta al hotel para llegar al pasadizo que le había llamado la atención. Daba a la plaza del ayuntamiento viejo y, en el atardecer algo denso que caía sobre Praga, las agujas góticas del ayuntamiento y la antigua iglesia del Týn se recortaban en negro. Una muchedumbre prieta circulaba bajo los soportales de las callecitas. Mersault en todas las mujeres que pasaban acechaba la mirada que le hubiera permitido creerse aún capaz de interpretar el papel delicado y tierno de la vida. Pero las personas que gozan de buena salud tienen algo así como una maña natural para esquivar las miradas febriles. Sin afeitar, despeinado, con una expresión de animal intranquilo en los ojos y los pantalones y el cuello de la camisa arrugados, había perdido esa seguridad maravillosa que proporciona un terno bien cortado o el volante de un auto. La luz se iba volviendo cobriza y el día se demoraba aún en el oro de las cúpulas barrocas que se veían al fondo de la plaza. Se encaminó hacia una de ellas, entró en la iglesia y, mientras se adueñaba de él el antiguo olor, se sentó en un banco. La bóveda estaba completamente a oscuras, pero los dorados de las capiteles escanciaban un agua dorada y misteriosa que corría por el acanalado de las columnas hasta las caras mofletudas de los ángeles y de los santos de risa sardónica. Dulzura, sí, allí había dulzura, pero tan amarga que Mersault se abalanzó hacia el umbral y, de pie en las escaleras, respiró el aire, más fresco ahora, de la noche en que iba a sumergirse. Un momento más y vio encenderse la primera estrella, pura y desnuda, entre las agujas de la iglesia del Týn. "


El Poder de la Palabra
epdlp.com