Yo, el Rey (fragmento)Juan Antonio Vallejo-Nágera
Yo, el Rey (fragmento)

"Ya conocemos el desplante de Luis. En la carta compruebo que pide a Luis su opinión, cosa que no ha hecho conmigo. Segundo, que todavía proyectaba ir a Madrid o que, como alternativa, seguirá enviando refuerzos «secretamente» durante unos meses, hasta poder efectuar la operación con menos riesgo. El inesperado comportamiento de los reyes y del príncipe de Asturias le brindó acelerar y dar un giro más cómodo a la maniobra, pero la hubiese efectuado de todos modos.
Es aún más significativo lo que se le ha escapado al secretario del emperador, Meneval, mientras revisábamos estos papeles: en las pocas horas que transcurren entre la recepción de la noticia de los conflictos de Aranjuez (madrugada del día 26) y la carta a Luis (27 al mediodía), ha hecho venir al representante del rey Carlos IV y de Godoy en París, Izquierdo. En una improvisación de la que nadie me había hablado y que por sí sola me hace mejorar la opinión sobre la capacidad de ese enviado, contesta: «Con gusto y entusiasmo admitirán los españoles a V. M. por monarca, pero después de haber renunciado a la corona de Francia.» Me hubiese gustado ver la cara del emperador. Comprendió que si Izquierdo osaba decírselo a la cara, los españoles se atreverían a oponerse a la entrega de la corona al monarca de otro país. No le convenía correr el riesgo. Sólo entonces piensa en sus hermanos. Ya me he enterado de que tampoco soy plato de segunda mesa, sino de tercera: el emperador, Luis y luego yo (que sepa por ahora).
Murat, en Madrid, mantiene la táctica de no reconocer a don Fernando como rey y dar como inminente la venida del emperador a la capital española. Dos medidas inteligentes, pero no el modo de realizarlas, pues no da a don Fernando ninguna muestra de cortesía, actúa con soberbia, caprichos e imposiciones. Los ministros españoles, con el deseo de que el emperador reconozca a su rey sin conflictos y con ello se disipe la amenaza francesa, adoptan una actitud servil frente a Murat, que se envalentona cada vez más.
Murat se atrevió en una visita a la real armería a comentar cuánto le gustaría tener la espada de Francisco I, ganada por los españoles en la batalla de Pavía y desde entonces formando parte del tesoro real. Se la entregaron a las pocas horas, con gran pompa, en procesión presidida por el caballerizo mayor marqués de Astorga.
Estas humillaciones, aceptadas en apariencia, fueron agriando los ánimos. Si las gentes ilustradas, conociendo mejor la impotencia española frente al poderío francés, decidieron disimular y soportar en evitación de males mayores, el pueblo, que no puede tener una visión estratégica general, cambiaba día a día su buena disposición previa hacia los franceses. Comenzaron a surgir altercados entre plebe y soldadesca. Uno grave ocurrió en la plazuela de la Cebada el día 27 de marzo.
El emperador sale el 2 de abril hacia Bayona. Ya vimos en la carta de María Luisa: «Yo tiemblo y lo mismo mi marido si mi hijo ve al emperador antes de que éste haya dado sus órdenes, pues contará tantas mentiras...» El temor que hace «temblar» explica la decisión de la real pareja de emprender viaje a Bayona, al saber que el emperador no viene a Madrid. No era tan fácil convencer a Fernando VII, triunfante y aclamado. Desconfiando de la brusquedad de Murat, el emperador envía al viperino Savary. Con astucia divide la proposición en etapas. Primero informa a don Fernando de que el emperador sólo podrá acercarse hasta Burgos, para allí encontrarse con don Fernando y reconocerle como rey.
El emperador tomaría como grave desaire que don Fernando no acceda a la entrevista en Burgos. Murat no hubiese convencido por sí solo a don Fernando. "



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