La mujer singular y la ciudad (fragmento)Vivian Gornick
La mujer singular y la ciudad (fragmento)

"Nació con el nombre de Mary Britton Miller en New London, Connecticut, en 1883, en el seno de una familia protestante acomodada, y llegó a convertirse en una de las Mujeres Singulares. Quién sabe por qué. Su infancia estuvo marcada por un melodrama no muy distinto a otros melodramas: a los tres años se quedó huérfana; a los catorce, su hermana gemela se ahogó; se especula que a los dieciocho pudo haber dado a luz a un hijo ilegítimo. Pero ¿qué es lo que hace que una sensibilidad se forme a partir de una serie de experiencias y no de otras; o, incluso, qué puede explicar que una serie de acontecimientos y no otros se conviertan en experiencia? Lo que no obstante sí es seguro es que indefectiblemente uno acaba siempre sorprendido –«¡Esto no es lo que tenía en mente!»– por cómo ocurren las cosas; y que, indefectiblemente también, esa sorpresa se convierte en materia prima para cada uno de nosotros.
Fueran cuales fuesen sus circunstancias reales, en 1911, a la edad de veintiocho años, Mary Miller se estableció en la ciudad de Nueva York, donde trabajó y vivió, bastante sola, durante el resto de su vida. Y fue en el apartamento del Greenwich Village que había ocupado durante más de cuarenta años donde murió en 1975. Nunca se casó, y al parecer nunca se le conoció ningún amante. Lo que sí tenía era amigos, algunos de los cuales la describen como una mujer ingeniosa y malevolente, altiva, divertida y, pese a ser autodidacta, muy culta.
Durante años, Mary B. Miller escribió poemas y cuentos convencionales que se publicaban, aunque pasaban desapercibidos. Entonces, entre 1946 y 1952, cuando tenía entre sesenta y tres y sesenta y nueve años, bajo el pseudónimo de Isabel Bolton, escribió tres novelas cortas modernas que, en el momento de su publicación, la colocaron en un lugar significativo del panorama literario. Edmund Wilson alabó su obra en The New Yorker, al igual que lo hizo Diana Trilling en The Nation. Ambos críticos pensaron que habían descubierto a un notable nuevo talento.
Estas novelas son todo voz, y en ellas no hay apenas trama. El lector está en la cabeza de una mujer –en esencia, en todos los libros se trata de la misma mujer– durante un día (o unos pocos días) en Nueva York, que reflexiona, medita, recuerda, tratando de comprender su vida en una prosa que es un reflejo de su mundo interior: libre, intermitente, propensa a la ensoñación. La acción siempre queda en un segundo plano; lo importante es la ensoñación. "



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