Hombres en guerra (fragmento)Alvah Bessie
Hombres en guerra (fragmento)

"Nunca en mi vida había visto a un ser humano tan asustado. En mi opinión Wolff exageró un poco la nota, pero quizás hizo bien, porque el jovencito nunca más volvió a dormirse durante la guardia. No esperábamos mucho de ellos, a pesar de que Kurculiotis todos los días los machacaba durante las reuniones políticas, en las que les explicaba, ilustraba y razonaba sobre las causas de la guerra y la naturaleza del fascismo. A pesar de que les gustaba escuchar sus arengas (era un orador nato), y aunque saludaban sus charlas con vítores y daban las respuestas («¡viva la República!», y «¡viva el Ejército Popular!»; «¡viva! ¡viva!», e incluso agregaban «¡viva el comisario!»), parecían quedarse en trance mientras él estaba hablando. Cuando les hacía preguntas, sus poco inspiradas respuestas eran políticamente tontas. La única realidad que aceptaban en aquella época eran la de la diaria incomodidad y la de la mala comida; la realidad de la nostalgia del hogar, la del miedo y el aturdimiento. Les resultaba imposible entender la relación entre lo que se esperaba de ellos con el hecho de que Checoslovaquia, un país que jamás habían visto, se mantuviera en aquel momento firme ante la amenaza de la inminente invasión por parte de Hitler. Muchos de ellos habían sufrido el hambre y el desempleo, pero la rudimentaria y perversa educación que habían recibido les había hecho aceptar tales hechos como parte de su destino.
Al ver a aquellos muchachos, que apenas eran más que adolescentes y que todavía estaban ligados a su hogar por los lazos de una prolongada asociación y dependencia, volvía a recordar a mis hijos y me daba cuenta, con una claridad meridiana e inamovible, de cuánto los quería y cuánto los echaba de menos. Porque de nuevo me resultaba difícil pensar en ellos tal como había que pensar: solo un par de chicos entre los millones que sufren diariamente en todo el mundo, en realidad dos niños que sufrían menos que muchos otros miles y cientos de miles. Al pensar en ellos casi les oía decir: «¿Cuándo regresa papá?» y «¿Va a volver papá?», y me avergonzaba al comprender que las lágrimas que brotaban de mis ojos eran, en gran parte, producto de la autocompasión ante la idea de que tal vez nunca más volvería a verlos. Este temor se manifestaba en mi mente una y otra vez, tan espantoso que me negaba a contemplarlo cara a cara. Y me preguntaba dónde radicaba el horror de dicha contemplación, de tal posibilidad. ¿Era la idea del propio fin (que tiene bastante poco significado)? ¿O se trataba de la piedad que, naturalmente, sentiría cualquiera por unos niños sin padre? Para eso no existía respuesta, pero en el fondo era consciente de hasta qué punto deseaba verlos otra vez, verlos crecer como parte de su humanidad independiente y decente. Cuán honda era la necesidad que satisfacían en mí y cuánto anhelaba darles orientación, guía, ternura y un amor no posesivo. Y el pensamiento de lo lejos que estaba el momento en que podría volver a verlos, si es que alguna vez tenía esa posibilidad, me llenaba de dolor, un sentimiento que no encontraba alivio en la absoluta seguridad de que su madre haría cuanto pudiera por compensar mi ausencia o pérdida. "



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