Por orden de desaparición (fragmento)David Torres
Por orden de desaparición (fragmento)

"Aparte de sus discos –nítidos, explícitos, perfectos– todo lo que rodeaba su vida era puro misterio. Adoraba perderse, conducir solo por las largas carreteras heladas del norte. Apenas se le conocen algunas aventuras con mujeres y siempre se ha especulado sobre su vida sexual. Gould también bromeaba sobre el tema y se encogió de hombros cuando el director Georg Szell calificó de “femenino” su toque en un concierto de Beethoven. Mezclar sexo y música le parecía ridículo, algo ofensivo para su espíritu puritano. Amaba a Sibelius porque le recordaba los bosques inmensos de Canadá y por su lirismo desprovisto de sensualidad. A medida que envejecía, aumentó su dependencia del teléfono y mantenía largas charlas con amigos y familiares, muchas veces hasta altas horas de la madrugada. Solía iniciar la conversación preguntando a su interlocutor si sabía en qué música estaba pensando. “En las Metamorfosis de Richard Strauss“, respondían. En los últimos tiempos era eso o los Cuatro últimos lieder, también de Strauss.
Un día, al poco de cumplir los cincuenta, fue al médico a quejarse de una congestión en los senos nasales. No le hizo mucho caso, ya estaban acostumbrados a sus exageraciones. Murió un par de semanas después de un derrame cerebral. En su funeral, un día lluvioso y triste de los que tanto le gustaban, sonó la última grabación de las Variaciones Goldberg, incomparablemente más lenta y majestuosa que su fabulosa interpretación de juventud. A través de la alquimia tecnológica había logrado el milagro de la transustanciación, de separar el alma de la carne. Glenn Gould ya no estaba allí, pero estaba de alguna manera, flotando en el aire, encarnado en puro contrapunto, entre la lluvia, las lágrimas y Bach. "



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