La ciudad de las hojas trémulas (fragmento)Walter Van Tilburg Clark
La ciudad de las hojas trémulas (fragmento)

"Sólo otra de las ensoñaciones amorosas de Timmy era tan magnificente que le causaba un profundo pesar y arrobaba su espíritu. Era probable que este affaire nunca hubiera florecido más allá de la inquietante pregunta, pero el hecho es que Harold Ashby hubo de ser el emisario de una pasión que resultaba sin duda condenatoria desde un principio y el fracaso de Harold fue más certero en tanto en cuanto fue elegido para hacer la ineludible proposición. A fin siquiera de tratar de comprender los pormenores de este incidente deberíamos, no obstante, sondear la historia anterior de Timothy Hazard en las artes.
Sólo había tres temas a los que Timmy concediera verdadera relevancia: la lectura, la música y el arte.
Su destreza en la lectura había alcanzado su cénit en el octavo grado había afirmado rotundamente la Sra. Boone un día que ellos comenzaron a leer juntos, en voz alta, La dama del lago, continuando alternativamente cada lector hasta que uno de ellos cometiera algún error. Si alguien escuchaba algún error debería alzar la mano y, lógicamente, bajo la presión de tal excitación del ánimo, los errores eran como dientes draconianos. Nadie pudo leer más de cinco o seis líneas a lo sumo. Usualmente, un bosque de brazos convergía al unísono tras sólo una o dos líneas de lectura. Timmy tomó la decisión de evitar este test. Se concentró en llegar a ser invisible y por un momento creyó que lo había logrado, mezclándose con la sombra del rincón trasero del aula. Pero no era así en realidad. Mientras escuchaba pronunciar su nombre, el bosque de brazos alzados se hundió de repente. Se levantó y permaneció rígido como un árbol sobre una ardiente llanura. El libro temblaba en sus manos. Procedió a la lectura de las primeras diez líneas con extrema meticulosidad. Lo más desconcertante fue que ni siquiera una falsa pausa, debida simplemente a la natural falta de aliento o una inevitable mirada circunspecta en rededor ante una palabra severa se computó como un error. De hecho, después de estas primeras diez líneas, el ritmo de la lectura se adueñó de él. Cuando la caza comenzó realmente, el relato le atrapó también por completo. Colmado su ánimo por una feroz simpatía hacia el ciervo, cabalgó de algún modo junto al cazador y murió con el corcel, en lo más profundo del corazón de Escocia. Cuando la Sra. Boone le pidió que parara, apenas la escuchó, ya que no era consciente de la realidad y de que aquella voz conminatoria se dirigía a su persona. Ante una segunda, y risible, petición de la maestra, esta vez sí que escuchó el requerimiento de la profesora y paró, aunque realmente no quería. Sentía que era absurdo regresar al pupitre marrón, al arbitrio de aquella ordinaria luz desde el crepúsculo del atardecer en un bosque de las tierras altas. De súbito, todo el encanto se disolvió y descubrió que había leído nada más y nada menos que quince páginas. "



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