Confesiones de un incrédulo (fragmento)H. P. Lovecraft
Confesiones de un incrédulo (fragmento)

"Pero ya en mi noveno año, mientras leía los mitos griegos en sus poéticas traducciones estándar —adquiriendo así inconscientemente el gusto por el inglés de la reina Ana—, se sentaron las bases reales de mi escepticismo. Fascinado por las imágenes de instrumentos científicos que ilustraban la contracubierta del Webster’s Unabridged, comencé a interesarme por la filosofía natural y la química; y no tardé en tener un prometedor laboratorio instalado en mi sótano y una buena cantidad de libros de texto científicos en mi creciente biblioteca. A partir de entonces fui más un estudioso de las ciencias naturales que un soñador pagano. En 1897, mi principal creación «literaria» fue un «poema» titulado «La Nueva Odisea», y en 1899 un compendioso tratado de química en varios «volúmenes» garabateados a lápiz. Pero la mitología no fue descuidada en modo alguno. En este período leí mucho sobre mitología hindú, egipcia y germánica, y experimenté intentando creer en cada una de ellas a fin de ver cuál contenía mayor cantidad de verdad. ¡Nótese que ya entonces había adoptado el método y la actitud científicos! Naturalmente, poseyendo como poseo una mente abierta e inconmovible, fui pronto un completo escéptico y materialista. Mis estudios científicos se ampliaron para incluir rudimentos de geografía, geología, biología y astronomía, y adquirí el hábito de aplicar un riguroso método analítico en todas las disciplinas. En mi pomposo «libro» titulado Poemata Minora, compuesto cuando tenía once años y dedicado a «los Dioses, Héroes e Ideales de los Antiguos», resonaban los tonos melancólicos y hastiados del mundo del pagano arrebatado de su antiguo panteón. Algunos ejemplos de esta extremadamente juvenil «poemata» fueron reimpresos en The Tryout en abril de 1919, bajo nuevos títulos y seudónimos.
Hasta entonces, mi filosofía había sido claramente juvenil y empírica: una rebelión contra la fealdad y las falsedades más obvias, que no involucraba ninguna teoría cósmica o ética particulares. La cuestión ética no tenía interés analítico para mí, incapaz como era de verla como tal cuestión. Acepté la ideología victoriana —consciente de la prevalencia de no poca hipocresía, además de excrecencias fanáticas y sobrenaturales— sin reservas..., no habiendo oído hablar nunca de búsqueda alguna que llegara «Más allá del bien y del mal». Aunque en ocasiones me sentí interesado en las reformas, especialmente en la ley seca (jamás he probado una bebida espiritosa), las polémicas de índole moral tendían a aburrirme, convencido como estoy de que la conducta es una cuestión de gusto y crianza, con la virtud, la delicadeza y la sinceridad como prendas de bonhomía. "



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