El Diablo y Daniel Webster (fragmento)Stephen Vincent Benét
El Diablo y Daniel Webster (fragmento)

"Hasta que, finalmente, llegó el momento de ponerse en pie, cosa que hizo, listo para atacar con relámpagos y recriminaciones. Antes de empezar les echó una mirada rápida al juez y al jurado, como era su costumbre. Y reparó en que el brillo en sus ojos era dos veces más potente que antes y en que todos se inclinaban hacia adelante. Parecían perros de caza antes de que suelten al zorro y la neblina azul del mal se espesó en la habitación al tiempo que él los miraba. Se dio cuenta entonces de qué había estado a punto de hacer y se secó el sudor de la frente, como un hombre que se ha salvado por poco de caer en un pozo en la oscuridad.
Habían venido a por él y no a por Jabez Stone. Lo podía leer en el brillo de sus ojos y en el modo en que el forastero se cubría la boca con una mano. Y si luchaba contra ellos usando sus propias armas, caería en su poder; lo sabía, aunque no habría sabido explicar cómo. Era su propia ira y horror lo que brillaba en los ojos de los otros; tendría que dominarse o el caso estaba perdido. Se quedó quieto un momento, con sus negros ojos ardiendo como antracita. Y entonces empezó a hablar.
Empezó en voz baja, si bien se podía oír con claridad cada palabra. Dicen que cuando se lo proponía podía invocar las arpas de los bienaventurados. Hablaba con sencillez y calma, como un hombre cualquiera. No empezó condenando ni vilipendiando. Habló de las cosas que hacen que un país sea un país y un hombre, un hombre.
Empezó por las cosas que todo el mundo conoce —la frescura de una bella mañana cuando uno es joven, el sabor de la comida cuando uno está hambriento, y la novedad de cada día cuando se es un niño. Les miró a la cara y los tuvo en sus manos. Estas cosas eran buenas para cualquier hombre pero sin libertad los hombres enfermaban. Y cuando habló de los esclavos, y de las penalidades de la esclavitud, su voz sonó como la de una gran campana. Habló sobre los primeros días de América y los hombres que los habían construido. No era un discurso pretencioso sino que te hacía comprender. Webster reconoció todos los atropellos que se habían cometido pero demostró cómo algo nuevo había surgido de lo que estaba mal y de lo que estaba bien, del sufrimiento y las privaciones. Y todo el mundo había tomado parte en esto, incluso los traidores.
Se volvió entonces hacia Jabez Stone y lo presentó como lo que era —un hombre común que había querido cambiar su mala suerte. Y, sólo porque había querido cambiarla, iba a ser castigado para toda la eternidad. Pese a ello Jabez Stone era bueno, y él demostraría su bondad. Podía ser duro y mezquino en algunas cosas pero era un hombre. Era triste ser un hombre pero también era algo de lo que estar orgulloso. Sí, incluso en el infierno, si un hombre era un hombre, se sabía. Ya no defendía a una persona en particular aunque su voz sonaba como un órgano. Estaba detallando la historia y los fracasos y el viaje interminable de la humanidad. Habían sido engañados y embaucados pero era un gran viaje. Y ningún demonio engendrado jamás podría experimentar el enriquecimiento interior que esto suponía —sólo un hombre podía hacerlo. "



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