Corazón que ríe, corazón que llora (fragmento)Maryse Condé
Corazón que ríe, corazón que llora (fragmento)

"A mi madre no le salió bien la jugada. Empecé a odiar a las exploradoras. Lo primero, el uniforme: azul oscuro, mal cortado, corbata, boina de paleto. Luego, estaban las salidas semanales. Cada sábado, después de comer, Adélia me preparaba un cestillo con una cantimplora de refresco de anís, un bollo de leche, unas onzas de chocolate y algunos pedazos de bizcocho marmoleado. En compañía de otras veinte niñas, bajo las órdenes de cuatro monitoras, nos dirigíamos a la colina del hospital. Para llegar, teníamos que caminar bajo el sol, sudando, en fila de a dos, durante una media hora larga. Una vez allí, ni siquiera nos dejaban respirar un poco de aire fresco y recostarnos a la sombra de los tamarindos. Enseguida nos ponían a correr, saltar, buscar tesoros, cantar a voz en grito. La antipatía que sentía por el resto de exploradoras era mutua, pero adoraba a las monitoras. A una en especial: Nisida Léro, siempre cariñosa, niña de familia bien, con el corazón aún más generoso que el escote. No sé qué habrá sido de ella, pero ojalá sea inmensamente feliz y haya tenido los tropecientos hijos que deseaba por aquel entonces. Yo era su ojito derecho. Me sentaba en su regazo y me hacía carantoñas. La recuerdo como a una mulata castaña, ligero bigote, nariz aguileña. Me encantaba trenzarle aquella espesa mata de pelo suya, siempre a punto de caerme encima de ella. Sigo convencida de que, al igual que yo, detestaba hacer gimnasia, saltar con pértiga, saltar sin pértiga, todos aquellos ejercicios que nos mandaba hacer con tanto entusiasmo. Sencillamente, mataba el tiempo mientras esperaba encontrar por fin un marido.
A veces, en vacaciones, nos íbamos de acampada. ¡A la vuelta de la esquina! Nunca más allá de Petit-Bourg. A Bergette, Juston, Carrère, Montebello. En el camping no había manera de soñar despierta, una vez levantadas y vestidas, teníamos prohibido entrar en las tiendas de campaña. Todo el día danzando. Currando sin parar. Escoba en mano: a barrer se ha dicho. Pilas de bandejas y cubiertos sucios: a fregar los platos. Las ortigas nos destrozaban las piernas: alguien tiene que limpiar el bosque. Por la noche, nos sentábamos en torno a la hoguera para escuchar cuentos aburridísimos y el humo hacía que nos picaran los ojos y la garganta. Al apagarse el fuego, los mosquitos nos comían vivas. "



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