El territorio interior (fragmento)Yves Bonnefoy
El territorio interior (fragmento)

"No fui a Riofreddo, en el Lacio, y pospuse hasta hoy la visita a Cortone. En realidad, de la profundidad italiana sólo recorrí los lugares importantes del arte, por así decirlo, ordinario, aquel que los juegos de mi inteligencia consideraban como un deformado reflejo de la presencia invisible. Y aún debo indicar que mi estudio de la pintura toscana, hecho con seriedad, no se desvió demasiado de sus aspectos esenciales debido a mi ensoñación de las provincias lejanas —felizmente, porque ese estudio terminó por liberarme—. La ensoñación no afectó mi razón, pero en mi percepción insistía como una mancha, como el halo de una imagen que, por instantes, trastornaba con su irisación todo el sentido. Y cuando el halo se marcó con suficiencia, penetró, al tiempo que lo negaba, el arte toscano con su luz extraña: y de esa claridad se elevó una evidencia, y disipó las nubes. Era a fin de cuentas previsible. ¿Cómo dudar de que la valoración ontológica y no la reproducción de las apariencias es el profundo deseo del arte italiano, hasta el final del barroco? Así, mi obsesión podía errar en el análisis de sus mensajes sin por ello dejar de hablar su misma lengua, y tarde o temprano sería necesario que su palabra yo escuchase mejor. Y podría recibirme perfectamente al final del sueño, al haberme conducido, a su manera, por sus propias rutas. ¿Una afirmación, una asunción del lugar de nuestra existencia, en Masaccio, en Piero della Francesca? Pero el sueño de una edad de oro, la ambición de una profunda refundación de la percepción a través de los números, la idea casi de otra tierra, eso que sin duda para la inteligencia será Ficino, y que son ya la cúpula de Brunelleschi, las fachadas de Alberti, en Mantua, y lo que significa, aun lo que piensa alcanzar, la mano que en Arezzo, en el Encuentro entre Salomón/la reina de Saba, designa el punto de fuga. Y para comprender en profundidad la afirmación que me había conmovido, hecha de contradicciones y de reinicios, de sueño tanto como de ciencia, de desmesura secreta, era mejor no permanecer en sus momentos de victoria sino, con una impaciencia semejante, sondear ilusiones y desilusiones, el recomienzo de la esperanza, las difracciones, los torbellinos de esta ambición toscana, extravagante y lúcida a la vez, donde el orgullo combate sin fin la sabiduría, y la exigencia el estoicismo. Contemporáneo o casi de Piero es Botticelli, en Florencia, y de él proviene el manierismo, el arte del deseo irrevocable, y al que sacrifica la tierra apenas entrevista. Michelangelo, debido a su inaptitud para finalizar, pronto dejará inacabadas sus esculturas. Pontormo… En verdad sensible, por un deseo propio, por un impulso retenido, una nostalgia, una locura, a la contradicción en la unidad, a los desgarros que atraviesan hermosas imágenes de paz, a la música también de ciertos desórdenes, no puede dudar que la afirmación de algunos espíritus, entre los más certeros, procedió menos de una entrega a la tierra que de la obstinación por una experiencia moral. Incierta en el terreno puramente sensible como en el caso de la perspectiva, su búsqueda, por siempre exterior, se alza, esta vez sin falla, como aceptación del destino. Y es a través de esa ataraxia, en la claridad de la ascesis, que alcanza el punto más alto de la percepción. Amaba la pintura chiara, dije, ese desanudarse de los colores. "


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