El lacayo y la puta (fragmento)Nina Berberova
El lacayo y la puta (fragmento)

"El coche, al pasar, la salpicó de agua. Era demasiado tarde para ir a cualquier otro sitio, era ya de noche, por lo que volvió a su casa y lloró de despecho sentada en la cama. El negro de sus pestañas manchó su traje claro, se puso a limpiarlo con gasolina, lo estropeó aún más y quiso arrojarse por la ventana. Pero la habitación estaba en un segundo piso (después lo recordó siempre y jamás volvió a intentarlo) y daba sobre un patio que olía tan mal que cerró de inmediato la ventana.
Al día siguiente se fue a un restaurante, sin música ni zíngaros, donde, simplemente, todo era muy caro. Mientras atravesaba la sala, una rápida ojeada sobre la carta que descansaba sobre una mesa le hizo comprender que allí no se podía comer por menos de cien francos. Había hombres sentados a lo largo de las paredes, hombres que no le prestaban la menor atención y que, de una manera o de otra, le recordaban a su padre: calvos, barbudos, comiendo con avidez o haciendo ya la digestión. Echó una mirada desesperada sobre uno que no parecía demasiado viejo, de ojos saltones, que estaba hurgándose los dientes, comprendió que nadie la necesitaba y dijo que sólo quería telefonear.
Salió, no le quedaba más que un sitio donde ir, al cabaret zíngaro, alegre y ruidoso, del que le había hablado Tata. Fue allí. Tenía hambre. Fue recibida al son de la orquesta, la instalaron en un rincón y la libraron de su único bien: un abrigo adornado con armiño. Inmediatamente sintió que allí encontraría, aunque fuera por poco tiempo, lo que buscaba. Y si no ocurría ni hoy ni mañana, sería de todas maneras allí.
El violinista pseudorumano y la cantante pseudozíngara vociferaban por encima de su cabeza. Una tela de araña húmeda y humeante descendía del techo. Las parejas se balanceaban cadenciosamente en la pista, y ella, poniendo sobre la mesa su mano blanca que sostenía una larga boquilla, irguiendo su dilatado pecho modelado por el corpiño, con su cara de pétalo brillando en la oscuridad, permanecía sentada mirando sin ver. En su actitud expectante, en el hambre oculta que en los últimos tiempos provocaba casi un dolor en el vacío de su cuerpo adormecido, había algo que evocaba la languidez de una inocente jovencita soñando a la luz de la luna en la ventana del hogar paterno, rodeada por el perfume de las jeringuillas. Su sed indefinible era también fuerte, y de la misma manera, el futuro se anunciaba brumoso, aterrador. "



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