El silencio de las mujeres (fragmento)Pat Barker
El silencio de las mujeres (fragmento)

"Notaba que se le acababa la paciencia conmigo, pero también creí que era importante dejar claras algunas cosas. En cierto modo, más fácil habría sido engañarse, pensando que estábamos todos en el mismo barco, todos aprisionados en una franja estrecha de terreno entre las dunas y el mar; más fácil habría sido, pero más falso también. Ellos eran hombres y estaban libres. Yo era mujer y esclava. Y entre nosotros había un abismo que no iba a desaparecer por mucha charlita sentimental sobre las condiciones comunes de hacinamiento.
Todas las tardes, antes de la cena, los reyes y capitanes venían a ver a los heridos, pasaban de una cama a otra, los animaban a todos: «Tú no te preocupes, que muy pronto te tendremos otra vez peleando». Los hombres reían siempre, daban vítores y les seguían la corriente, sin embargo, en cuanto salían los mandos, volvían a mostrarse quejumbrosos. Que yo sepa, los reyes nunca iban a la cabaña hedionda, porque, hasta en las carpas del hospital, solo visitaban a los heridos leves.
A pesar de todo eso, los días que estuve en el hospital trabajando codo con codo con Ritsa los recuerdo como una etapa feliz de mi vida. «¿Cómo que una etapa feliz?». Pues sí, a mí también me sorprende oír eso. Pero la verdad es que me encantaba la tarea, y lo que implicaba. Hay un refrán que dice: «Al que ama los instrumentos de la labor que sea lo han llamado los dioses». Y yo amaba la mano y el mortero, amaba la oquedad pulida, y cómo encajaba perfectamente el mango de madera en la palma de mi mano, como si siempre hubiera estado allí. Amaba los tarros y bandejas que tenía delante, encima de la mesa, amaba el aroma de las hierbas recién cortadas, amaba el tendedero colgado del techo, los ramitos de plantas secas y mustias mecidos por la brisa. Se me pasaban allí las horas muertas y no habría sabido deciros en qué empleaba el tiempo. Absorta en la tarea, aquella era también una forma de hallarme a mí misma. Aprendía tanto, de Ritsa, pero también de Macaón, quien, en cuanto vio que me interesaba lo que hacía y tenía algún conocimiento, no escatimó su tiempo conmigo. Va en serio que llegué a pensar: «Se me da bien esto». Y tomar conciencia de ello me alejó un poco más de lo que había sido: la chica con la que se acostaba Aquiles, o la escupidera de Agamenón. "



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